O salgo a la calle, en el día quieto,
y el presente es una hoja nueva de árbol,
con sol frío, y el día resplandece,
pero el dolor arde en su centro, duele en su entraña.
Francisco Umbral
Dices que ya no te llamo, ni te escribo. Se lo dices a la nada aunque a veces aun puedo escucharte. Y es verdad, ni te
llamo, ni te escribo. Todo es tan absolutamente caótico que cuando cae la
tarde solo quiero que todo se cubra de silencio, de pensamientos en botellas medio vacías o medio
llenas, pero botellas que a fin de cuentas terminarán en el contenedor del
reciclado, como mi vida como la tuya. Porque la vida es eso, algo medio lleno y medio vacío que hay que
reciclar para no morirse de asco, o de pena, o de puro tedio, en mitad del camino que va hacia ninguna parte.
Dices que no te escribo, ni te llamo, y es verdad. Solo busco la manera de que
el desconcierto no me tumbe. Ando en esa guerra, por eso ni te llamo ni te escribo. Y qué más da, te contesto cuando insistes en saber el motivo del silencio. Y dices que no sabes si da o no da, que solo sabes que ya no llamo, ni te
escribo.
Que más da, vuelvo a repetir un poco más bajo. Ya se fue la primavera, se fue media vida, y ahora ya no quedan fresas salvajes, ni niños poco muertos que nos salven de la quema del ruido continuo. Ahora ya solo te puedo decir, aunque ya no me oigas, que descanses. Nada más.
Que más da, vuelvo a repetir un poco más bajo. Ya se fue la primavera, se fue media vida, y ahora ya no quedan fresas salvajes, ni niños poco muertos que nos salven de la quema del ruido continuo. Ahora ya solo te puedo decir, aunque ya no me oigas, que descanses. Nada más.
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