No es coraje, es elegancia.
Quizá la elegancia es la forma suprema del coraje
o el coraje es la forma suprema de elegancia.
António Lobo Antunes
Estos días mi madre se encuentra por
la costa alicantina, disfrutando de unos días de vacaciones que, a su provecta
edad, tiene más que merecidas. Nos comunicamos con ella menos de lo
habitual, sabemos que está bien aunque no tengamos noticias. En esta familia, la máxima “no news, good
news” ha funcionado siempre. De vez en cuando, alguna de sus hijas realiza la llamada
de rigor y
pasa el parte al resto mediante un mensaje de whatsapp.
Para mi madre el teléfono, sin más
función que la de llamar y descolgar, es un aparato que la mantiene unida, como
si de un cordón umbilical se tratara, a
su familia, a sus amigos y al ambulatorio de referencia, pero nada más. Ni hay aplicaciones, ni redes sociales, ni nada que no sea la posibilidad de hablar con otro y escucharle la voz. Cuando nos
ve tecleando como si no hubiera un
mañana se lamenta de lo simples que le hemos salido. Eso da paso a un discurso sobre
la generación perdida y el exceso de información inmediata. Y tiene razón.
Ayer era un día propicio para morir de un colapso
informativo en menos de cinco minutos. Ayer era 8 de marzo, un día estupendo para mucho follón mediático con poco fondo, para expandir información desinformada, y para acabar metido en charcos que no
llevan a nada con gente que te interesa menos que cero. Por eso ayer me acordé de los discursos maternos y de la necesidad de cierta higiene informativa. Ayer el teléfono permaneció
en el bolso hasta bien entrada la tarde, cuando por la calle ya no quedaban más
que unos cuantos coches que se apresuraban porque Dios, en forma de balón,
estaba a punto de hacer su estelar aparición. Las ciudades descansan a ratos gracias al fútbol, aunque no lo parezca.
Volviendo
a casa, llamé a mi madre. No me atendió, me saltó el buzón y no le dejé mensaje porque a buen seguro no lo va a escuchar. Seguramente andaba
jugando a las cartas con sus compañeros de viaje o, simplemente, mirando por la ventana mientras descansaba su cuerpo de
mujer trabajada, sin preocuparse de teléfonos, aplicaciones, ni
informaciones intoxicadas.
A veces me da
envidia. Porque la vida es eso que ella vive tocándolo con la punta de los dedos.
Eso y un poco de Chet Baker a horas
tardías mientras te acaricio la espalda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario