Existen temporadas en las que ocurren tantas cosas que la
consecuencia es una especie de bloqueo que malbarata la posibilidad de ordenar
las ideas de una manera rápida y coherente pero no por eso debemos dejar de hacer el esfuerzo de pensar y calibrar. La situación está complicada. Mientras
preparamos el café del desayuno me pregunta qué haremos mañana que es fiesta.
Podemos ir a pasar el día al campo, llamar a algunos amigos y marcarnos una
barbacoa ahora que aun hace buen tiempo, dice. Mañana, 11 de septiembre, es ese mañana que
para algunos, como nosotros, solo es un festivo laboral como cualquier otro;
mientras que para otros va a ser un día de afán patriótico y nacionalista; un
día para sacar bandera, el pecho secesionista y supremacista de los que se
creen por encima de cualquiera, por encima de la ley, del Estado de Derecho,
incluso de la solidaridad con sus vecinos de puerta y que se apropiaron hace ya mucho de los símbolos y de la calle. Por eso mañana ha dejado
de ser fiesta para ser solo un festivo en el que cabe la posibilidad de que si
te paseas por el centro, o te da por comentar que la independencia es una
barbaridad antidemocrática (se mire por donde se mire), construida sobre un
sentimiento y un montón de mentiras interesadas, puede pasar que alguien venga
y te parta la cara, o te queme el coche, o te rompa los escaparate de tu
comercio o, menos doloroso, te retire la palabra porque tú no eres ni piensas
como ellos. Y puede que aunque ellos no te la partan directamente, ni hagan
nada de lo anterior, legitimen y justifiquen de una manera asombrosa y sectaria a otros
que lo harán en su nombre y en nombre de un Estado inexistente que pretende nacer bajo el
yugo de la falta de democracia, la corrupción y el odio a su vecino. Las cosas están así. Por eso mañana, puede que
hagamos una barbacoa o puede que nos quedemos en casa leyendo, enfilando los últimos escritos para entregar, o arreglando los
armarios; y así pasemos el día, esperando que pase y que el bucle en el que han entrado
algunos no nos lleve a la desgracia de tener que lamentar no solo la pérdida de
la democracia, sino incluso temer por la integridad física, o incluso propia
vida. De hecho, la muerte civil
ya nos la han vaticinado a muchos, a la mayoría diría yo.
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