Cuando la vida la emprende a golpes contigo,
te dices que es así la vida.
Susan Sontag
A veces algo te sobresalta pero
no sabes qué es. No es un ruido, ni una imagen que parece diluirse por las
paredes mientras buscas entre la penumbra del pasillo vacío. Es solo el
silencio. Fijas toda la atención y esperas que cualquier cosa, el ruido del
frigorífico mismo, te saque de la inquietud, del miedo en el que has caído sin
que nada, absolutamente nada, haya pasado. Y pasan los minutos hasta que consigues
que el corazón vuelva a latir con normalidad y te acuerdas de la tía Julia, de cuando
llegaba a casa después de trabajar todo el día, muerta de estar tanta horas de
pie, y se sentaba en la silla mientras con la vista buscaba una presencia
silenciosa que los demás no vimos nunca.
Ayer, de madrugada, me encontré
pensando en aquellos silencios extraños, en la presencia que nunca vi pero que
estaba por ahí y se llevaba el ruido como una muestra de su existencia. Bebí
sin ganas el vaso que me acababa de llenar solo por escucharme. Lancé el vaso
contra el suelo, conseguí hacerlo añicos pero para nada que aquel silencio, que lo
llenaba todo, desapareciera. Volví a la cama, me senté y pensé en aquello que entonces
llegaba a nuestra casa, porque ella lo llamaba, aunque los demás nunca lo vimos. Ahora
ha vuelto para presentarse en la mía. Se pasea por las habitaciones y se acomoda por los rincones más tibios, esperando quién sabe qué, como si el tiempo ya no fuera importante. Y cada día se queda un poco más, sin
que pase nada, absolutamente nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario