—Tío Bob, cuando las cosas se complican tanto que no hay solución,
¿usted qué hace?
—Sr. Fitzgerald —me dijo—, cuando las cosas se ponen así, yo trabajo.
Francis Scott Fitzgerald
Una de las cosas que más me
molesta de la situación actual es que nos está absorbiendo la vida propia, los
espacios en los que podíamos perdernos sin temor a que, mientras andabas entretenido
por ahí, llegara un cataclismo absoluto y te reventara el modo de vida. La política
embrutece. Son tiempos de odios y desprecios, de negaciones y poco sentido
común. Vivir desde la resistencia a caer
en el rebuzno colectivo, intentando que nada de todo lo que viene de fuera se
convierta en lo único que nos ocupa el espacio de dentro. Intento tranquilizarme
pensando en que todo es pasajero y que el tiempo, más pronto que tarde, nos
devolverá a ese momento en que podíamos aburrirnos sin tener en la cabeza la
idiocia constante de unos cuantos. Algunos días cuesta dormir. Es imposible conciliar
el sueño entre brumas histéricas y futuros imprecisos. Todo tiene un precio y
de momento se lleva las horas se sueño haciéndonos vivir en una permanente
vigilia de desconcierto e inseguridad. Llueve
en Barcelona como es habitual en noviembre. Tan habitual que, pese a todo, no
me cuesta imaginarme frente a la ventana, hilvanando cuatro notas que al final
nunca llevan a nada. Pero ahora solo espero que llegue el día en que sea
sencillo volver a sentarse frente al ordenador y dejar cuatro cosas escritas
sin mayor pretensión que reinterpretar la vida como se pueda. Mientras, y en
tanto no llegan de nuevo esos días, reseguiré con el dedo la única gota de
lluvia que ahora mismo recorre la ventana en busca de un final que se antoja
lejano y olvidaré que esta noche, quizá, tampoco sea posible dormir.
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