Se supone que debo contaros cómo me convertí
en un cerebro metido
en una caja.
El final de todas las cosas -John Scalzi-
Estas dos últimas semanas he recibido un aluvión de correos
electrónicos. La entrada en vigor del Reglamente General de Protección de Datos (RGPD)ha sido un revulsivo para la bandeja de entrada y para recordar a la cantidad
de sitios, casi todos inútiles, a los que una se ha ido suscribiendo a lo largo
de los años. Un montón de listas y
lugares a los que creo que no he vuelto a entrar desde el día en que me suscribí y
cuyos correo he ido eliminando sin leer la gran mayoría de veces. La entrada en
vigor de esta normativa europea ha puesto en evidencia, una vez más, nuestro talante mediterráneo y relajado. Hace
dos años que existe, dos años para ir adaptándose, para hacer los cambios
necesarios y sin embargo, haciendo gala de nuestra idiosincrasia, nos ponemos a
correr unos pocos días antes de que llegue el 25 de mayo y las multas se
conviertan en el come-come que nos mata.
También quien suscribe ha estado abanicándose con el Reglamento
hasta que ya ha sido imposible obviarlo. Debo decir que he cruzado el páramo
del desconocimiento, la incertidumbre y la duda sobre el qué hacer con este
blog, con sus suscriptores, con sus comentarios, sus datos y esas cosas que se
van generando. Al final, tras algunas
consultas, unas cuantas informaciones cruzadas, un par de artículos leído con el
consabido aburrimiento, un par de pesadillas y un poco de pesadumbre he hecho un poco de limpia, intentando
eliminar todo aquello que implique una complicación de la vida, y así se va a
quedar, textos pelados y poco más. Solo puedo decirles que si por este blog quedará algún dato (dato que
no quiero para nada), prometo no traficar con ellos, guardarlos entre algodones
y en la intimidad de mi intimidad, y si alguien quiere algo relacionado con esos datos que no quiero pero tengo por el motivo que sea, que
remita un correo y se hará lo que se pueda.
Durante estos días la vida se ha convertido en
eso que pasa mientras se acepta la política de cookies, de privacidad y todo
eso que nunca sabemos muy bien qué es pero que por lo visto engorda el bolsillo
y el conocimiento (manipulativo) de otros.
Por unos días las bandejas de entrada de
nuestros buzones digitales se han puesto en plena forma, llenado de mensajes apocalípticos sobre la pérdida de información si no aceptabamos tal o cual cosa; pero, a partir de ahora, esos mismos buzones comenzarán a adelgazar por la pérdida de todo aquello que alguna vez creímos que nos
interesó y, en realidad, no nos ha interesado nada y cuyas políticas no hemos
aceptado porque no sabemos ni quién, ni de qué nos hablan.