Y ese fue el final de la historia,
un gran malentendido de principio a fin.
Estrellas y Santos -Lucia Berlin-
Empecé a ver el primer capítulo
de “The affair”, una voz en off anunciaba la primera parte, por lo que no había
que hacer ningún ejercicio para imaginar que tras esa primera parte iba a venir
una segunda y podía ser que incluso, dentro de ese capítulo, una tercera. La
historia relata el affaire entre un hombre y una mujer, ambos casados pero
entre ellos, claro. El primero con cuatro hijos y una vida a la sombra de una
familia política que le empequeñece; ella con el recuerdo de un hijo muerto
cuando apenas empezaba a vivir (cuatro años siempre son pocos para cualquier
cosa). Podría ser una serie más sobre la infidelidad y sus consecuencias, pero
no está ahí la gracia sino en cómo, dividida en partes, nos muestran como cada
uno de los protagonistas va viviendo una historia que empieza como una aventura
de verano y se prolonga a lo largo de los años y las consecuencias que para
ellos y sus familias va a tener aquello que empezó de la nada. ¿Dónde está la
diferencia con otras historias de igual contenido, mil veces contadas? Pues en
el mostrar las diferentes caras de una misma situación, en cómo cada uno de ellos vive lo mismo, recordándolo
de manera absolutamente distinta, sintiendo de manera absolutamente dispar,
percibiendo realidades completamente distintas. Es por eso que, a medida que va
avanzando la historia, podemos empatizar con unos o con otros en función de
cómo se nos van descubriendo los entresijos vividos por cada uno de los
distintos personajes. Podemos colocarnos al lado del tipo absorbido por una
familia en la que se encuentra reducido, o al lado de una mujer descolocada por
una culpa que no le corresponde. Los damnificados por esta historia de amor y
desencuentros no son solo ellos, sino todos los que les rodean.
El ser humano es maravilloso sin
dejar de ser desconcertante. Algunos juegos precisan de todos los naipes de una
baraja, pero en la vida real eso no es posible. De ahí que al afrontar algunas situaciones
aunque procuremos hacerlo de la mejor manera posible, intentando causar el
menor destrozo posible, solo acabemos abriendo la caja de las afrentas. Lo de
colocarnos en los zapatos de otro, como decía Atticus Finch en” Matar a un
ruiseñor”, no es fácil y requiere
desprenderse de prejuicios y de historias
propias, por eso en la mayoría de ocasiones las conclusiones a las que nos
enfrentamos están distorsionadas. Existen
miles de condicionantes, miles de sensaciones y de sentimientos propios que no
son más que el resultado de una subjetividad que no tiene que ser
necesariamente ni cierta ni real. Por
eso es imposible discutir desde las emociones, o intentar solventar cualquier
conflicto desde los sentimientos, porque cada uno se mueve con los suyos y
estos crecen, como pueden, casi siempre alejados de la razón. La vida es
poliédrica, con medias verdades ocultas por medias mentiras, y al revés, que lo distorsionan todo, por eso a veces nos
resulta incomprensible.
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