miércoles, 17 de octubre de 2018

CALYPSO


Toma, bebe.
–No tengo sed.
–Con esto conseguirás dormir.
–Ya lo intenté y no me sirvió de nada.
–¿A cuántos hombres has tenido que olvidar?
–A tantos como mujeres recuerdas tú.
–No te vayas.
–No me he movido.
–Dime algo agradable
–Sí, ¿qué quieres que te diga?
–Engáñame, dime que siempre me has esperado, dímelo.


Johnny Guitar






Deben asistir vestidos de negro y esperar en la recepción del hotel, una persona de la organización pasará a recogerles. Junta a esta nota venía el billete de avión y las indicaciones del hotel en que nos hospedaríamos todos los participantes en aquel congreso. En el último año había preparado un par de publicaciones que habían tenido un cierto éxito y aunque mi nombre sonaba más bien poco, alguien había dado con aquellos artículos y había decidido que merecía una invitación a participar en aquellas jornadas. Quedaban apenas dos semanas para el inicio y aunque tuve que mover la agenda de un modo precipitado, pasar el mal rato de preguntarle  a Pablo si podría hacerse cargo de los niños aunque no le tocaran, acabé aceptando. No me vendría mal un viaje, descansar un poco en una cama grande sin tener que estar pendiente del reloj y de las necesidades de unos críos que me fagotizaban desde que su padre y yo nos habíamos separado. Solo eran cuatro días y participaría en dos mesas redondas. No era tanto pero a mí me pareció ver el cielo abierto, una especie de regalo inesperado que me puso casi al borde de las lágrimas. No me iban a pagar pero nada me iba a costa por lo que el cambio por mi rescate, en ese momento, me pareció más que razonable. Empecé a pensar en cómo organizar el tiempo para que en las dos semanas que quedaban me diera tiempo a preparar las notas, a controlar el nerviosismo de la puesta en escena que aquello iba a suponer y en la ropa, esa ropa negra tenía que vestir. Abrí el armario, empecé a correr las perchas con prendas medio muertas. Ropa negra. Todo el mundo tiene ropa negra, debería ser algo fácil encontrar, entre todo el maremágnum de vestidos, algo negro pero no. Lo había desterrado de mi vestuario el mismo día que cerré la puerta por dentro y dejé en el descansillo cuatro cajas llenas de los bultos que Pablo había traído cuando se vino a vivir conmigo. Me quedaba dentro, entre cuatro paredes, el resultado de siete años de convivencia y uno de destrucción recíproca. Me senté en la cama, mientras los gemelos se mataban en el comedor y mis dudas se empezaron a agrandar por dentro. Vestir de negro y olvidarme por unos días de ser quien en realidad era. Empezar por desobedecer ese extremo estético del negro impuesto y seguir con los colores con los que me disfrazaba desde que mi vida era otra. Cuatro días vestida de negro era algo que no podría cumplir. No tenía ropa para eso ni tampoco el bolsillo para dedicarme a ir de tiendas. Siempre podía teñir un par de camisetas, recogerme el pelo con un pañuelo oscuro y esperar que los únicos vaqueros, que me quedaban decentes, pasaran desapercibidos. Cerré el armario y me tiré sobre la cama. En el salón reinaba un silencio absoluto, algo terrible debía de estar sucediendo fuera, pero yo ya no quería saber nada, solo podía pensar en una cama ancha y en cuatro días de libertad, en los que lo de menos era que hubiera que hablar de lo que fuera, porque yo solo quería dormir, dormir y nada más. 










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