"Has vencido y me entrego. Pero a partir de ahora tú también estás muerto...muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza".
Edgar Allan Poe. William Wilson
Al despertar, me costó reaccionar, era como si, aunque mi
cuerpo hubiera regresado a la habitación, a mi cama pero que parte de mí se
hubiera quedado al otro lado y que, desde ahí, me estuviera haciendo señales llamándome
para que volviera, diera unos cuantos pasos hacia no sé dónde y regresara a aquel
otro mundo en el que me había quedado medio colgada. Me senté, sin saber bien
si quien lo hacía era yo misma o la parte que, por algún motivo, se había
desprendido y se había quedado en aquel otro sitio en el que creía querer estar
sin saber si allí, como aquí, me sentiría fuera de sitio. Al poco, todo desapareció,
era yo, con mis años, mi exceso de peso y el aliento turbio del que recién se
levanta con el estómago un tanto revuelto. Aquello me pareció raro, no podía
recordar nada de lo que había soñado, de lo que me había tenido atrapada en mitad
del aquí y el ahora, y un hacia atrás inventado un recuerdo medianamente difuso, por las hormonas y las horas de
sueño. Intenté quitarle hierro a la confusión y me encaminé a la ducha, con el
pie dolorido y una cojera un tanto patética que el día antes, al acostarme, no
tenía. Pensé que tenía que escribir sobre los viajes nocturnos que ahora, más
que nunca, volvían a sucederse sin que hubiera motivo para ello. Tendría que
espiarme y dejar de embrollarme por la vida que se me desdobla a ratos sí y a
ratos también. Como entonces, como ahora mismo.
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