domingo, 19 de julio de 2020

PALABRAS






Te pregunta de qué va todo esto y tú, tan perdida como tu interlocutor, solo puedes encogerte de hombros, contestar que no tienes respuestas y poner buena cara para apuntalar una despreocupación que no sientes. En el bolsillo guardas el temor a lo que no se toca, a lo que no se ve, a lo que se va diluyendo con un azucarillo en un vaso de agua, y lo aprietas hacia abajo para que no salga y que no se te nuble la vista. Pero el desconcierto hurga y se coloca dentro y reconcome poco o poco, agujereando la idea estúpida de que podemos controlarlo todo. 
Respiras hondo y cierras los ojos. Esperas que al abrirlos todo siga igual, que nada se mueva y que cuando alargues la mano encuentres, al otro lado, una excusa para respirar, para mantenerte a flote. Sabes que perder, a veces, es cosa de unos pocos segundos. Rebuscas, pero no encuentras la explicación al motivo por el que lo bueno se diluyen tan deprisa y lo malo se enquistan una eternidad. Y empiezas a echar de menos algunas cosas que hasta ayer creías irrelevantes y todo, absolutamente todo, se transforma en una ausencia que abruma y que te convierte en un ser extraño que espera.





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