Estamos en racha. ¡Menuda frase! El peligro de verbalizar algunas cosa es que, tal cual salen por la boca, se desintegran y desaparecen en lo que se tarda en chasquear los dedos. El día amanece maravilloso. Ha dejado de llover y por encima del rodar de
los coches aún es posible escuchar el canto de algún pájaro. Todo se mantiene dentro de la monótona rutina acomodaticia. Pero las rachas son caprichosas, escurridizas y el vivir embriagados de la grandiosidad del buen momento dura lo que tarda en caer te encima, como una tremenda maldición, una inmensa mierda de
gaviota. Y a partir de ahí, aquella racha de
la que te vanagloriabas, queda reducida a una monumental cagada que marca el principio del revés. La inmersión hacia el desastre está servida. Cae la
bolsa, los contagios aumentan, falta material, las perdidas personales crecen
en una progresión que asusta, y quedan pocas cosas a las que asirse cuando todo se tambalea. Poco nos pasa, escuchas
decir. Y no sabes si es poco o mucho, pero de lo que no tienes duda es que lo tosco ha llegado para quedarse un
rato. Desaparecido el tiempo de bonanza, las
cosas se vuelven relativas con una acusada tendencia a estrellarse contra la pared de la apatía.
Falta alternativa y una buena ventolera. Se impone la necesidad de no dejar de palpitar y cierto grado extravagancia para que no acabemos todos muertos de asco
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