Esta semana España perdió la presidencia del Eurogrupo, órgano informal de la eurozona que trata cuestiones relativas a la economía y el euro. La
pretendía Nadia Calviño, nuestra Ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital además de tercera vicepresidenta del Gobierno de España. A Calviño la
apoyaban, al menos de cara al balcón, las grandes potencias europeas. Y aquello que parecía fácil no lo fue.
La política es como un gran iceberg, apenas vemos la punta de lo que nos quieren
mostrar; y los que se proclaman amigos pueden trabajar para que el vecino te ponga la zancadilla mientras te dedican una gran sonrisa. Nada que alguien que se dedique al juego del poder no sepa.
Al día siguiente de la derrota, Calviño dio una entrevista en un programa de
radio en el que apuntaba el detalle de que ella era la única mujer de la mesa, declaración de lo que parecía desprenderse que aquella circunstancia algo tenía que ver en su inesperada derrota. Ni a la que suscribe le coló el intento de gol y al entrevistador tampoco. Al
ser preguntada por la cuestión, esquivó el tema y se dedicó a contestar a otras
cuestiones sobre el sentido de los votos. Calviño ya no volvió más sobre el tema.
La interpelación a su condición de
mujer para justificar una derrota como la suya fue bastante vergonzosa. Nadia Calviño no ha perdido la presidencia por su condición de mujer, los motivos son otros. Puede que esa pérdida tenga más que ver con la inestable situación gubernamental de España, sus finanzas desastrosas y una previsión fiscal y de cobertura
asistencial que hace temblar al más firme, que con el uso de la falda y al pañuelo de Hermés que acompaña a la ministra.
No es la primera vez que escucho una
mala justificación como esa y me temo que la escucharé cientos de veces más de una manera totalmente injustificada. No seré yo quien diga que no existen situaciones
injustas en las que la condición de mujer puede perjudicar las expectativas, pero en este país, mucho menos de las que algunas están dispuestas
a reconocer. Se habla con frecuencia de la existencia de la igualdad formal
y de la inexistencia de la igualdad material, del techo de cristal, de la brecha salarial. ¿Existen? Sí, pero todos estos conceptos, para que puedan ser tomados en serio, deben ser objeto de un análisis cuidadoso y vacío de ideología. En el caso de la ministra nada de lo anterior propició la derrota.
Nadia Calviño es una mujer extraordinariamente inteligente y válida, no le hacen falta los gestos mezquinos, y éste lo fue. Es inadmisible que alguien que ostenta su cuota de poder se presente, ni que sea con la boca menuda, como
una víctima derrotada por su sexo.
La actuación de Calviño, parapetándose tras una escusa, en este caso, tan burda y como falsa, hace un flaco a la mujeres que, día a día, trabajan aceptando los aciertos y las derrotas sin necesidad de mirar la ropa interior que llevan. Pero lo preocupante de lo ocurrido, que no pasará de ser una anécdota y que no importará a nadie, es el discurso victimista que se distribuye desde el Gobierno, que vende una imagen de mujer víctima que deben ser tuteladas, un discurso interesado que va calando en la sociedad. Las campañas del Ministerio de Igualdad son una
buena prueba, por no hablar de las declaraciones del vicepresidente del
Gobierno, Pablo Iglesias, que pretende camuflar la presunta comisión de un delito
alegando retener la tarjeta de un teléfono que no es de su propiedad para evitarle, a una mujer mayor y con responsabilidades, unas supuestas presiones.
En estos tiempos de cambios
y desasosiego no debemos permitir los discursos, en los que se ven involucradas mujeres, que hemos escuchado a los vicepresidentes.
Las
mujeres de este país no somos víctimas, gozamos de una igualdad que podemos ejercitar cuando
nos es vulnerada y podemos acudir a los Tribunales cuando se nos conculquen. Es nuestra obligación no permitir que nadie juegue con nuestra libertad y nuestra igualdad por intereses partidistas. No necesitamos que nos tutelen, ni que nadie justifique una
derrota acudiendo a la sexualidad, al género o a como ahora buenamente se le quiera
llamar al ser mujer. En este caso, la política jugo fuerte y la señora Calviño, perdió. Las
mujeres de este país, con sus declaraciones, también.
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