Despojos. Rachel Cusk
Me bajo una aplicación para pedir cita previa. No tengo que renovar el DNI, ni ir al médico, de eso desistí en el mes de marzo y aun sigo en las mismas. Solo quiero ir a nadar a la piscina de siempre, en el horario en el que algunos se acuestan y otros empiezan a despertar y tomarse el café, pero mi horario. Llego cinco minutos antes de la hora indicada y me toca esperar en la recepción con la mascarilla bien calada sobre la cara y el carnet de socia en la mano. Sigo las instrucciones al pie de la letra, por mi salud y, como si fuera un brindis, pienso que también por la de todos mis compañeros. Me desvisto con la mascarilla puesta y guardo mis cosas en una bolsa de basura, que me han entregado a la entrada, antes de colocarlas en la taquilla. El espejo me devuelve mis carnes blancas y blandas. Son las mías y me vienen bien. Soy Lilith paseando un siglo acuestas en busca del agua prometida. Cruzo el vestuario en bañador y zapatillas, con las gafas, el gorro y los auriculares en la mano y, por supuesto, la mascarilla que solo me retiraré, en el inmediato momento anterior a lanzarme al agua, con un gesto preciso que controlo a fuerza de enviar varios tapabocas. La nueva normalidad le llaman.
Me sumerjo dándole al botón del play que tiento por la goma de las gafas. Brazada a brazada, intento olvidarme de todo. Dicen que el agua no es el medio natural del hombre o de la mujer pero en ella siempre me siento feliz, relajada, protegida. Tarareo hacia dentro, no puedo evitarlo. Y de impulos en impulso voy "rayando el sol", recorriendo metro tras metro en un "My way” que rebota a “we’ll keep laughing” con el que doy patada a la pared y me lleva, sin solución de continuidad, a “I am a fool to want you” de Chet Baker. Durante unos minutos, al ritmo de la trompeta y la visión deformada por el plástico de las gafas, me hago la muerta panza arriba y me dejo flotar, como flota el corcho, dejando que sea la fuerza del agua quien me lleve donde ella quiera. Emborrachada de normalidad, mi normalidad, olvido que el mundo se deshace como un azucarillo y que, fuera de aquí, la hostilidad espera agazapada sin pedir hora.
Pues que agradable ese baño, digamos interpandemia. Casi me siento flotando. Yo, a veces, hago eso en el mar. Soy bastante botarate nadando, pero lo de flotar me encanta, aunque el mar es más imprevisto por las olas. Pero si el cielo está azul, esa sensación de flotar, mirando hacía arriba, tiene algo cósmico aunque sea muy terrenal. Como siempre, buen escrito, Anita. Un abrazo.
ResponderEliminarLa verdad es que lo de flotar es un gustazo.
ResponderEliminarNo te imaginas lo que me alegra volver a verte por aquí.
Pregunté por ti, pero nadie sabia.
Una alegria :)