La complejidad de las emociones, la confusión de sentimientos y la vida eterna. La charla naufragaba desde hacía ya algún tiempo. Los últimos veinte minutos había estado dando vueltas a la idea del amor adulto, a la necesidad perentoria del ser humano de sentir que la vida es algo más que rutinas y el pago de facturas. Y aunque al principio pareció interesante, al poco empezó a llenarse de tópicos y boutades para impresionar a un público entregado desde el comienzo. Al escuchar lo de la vida eterna resoplé y pensé que algunas de aquellas personas, que atendían con las cámaras y los micrófonos cerrados, acabarían por escribir en el chat de la sesión un rendido amén. Cerré la aplicación, me fui a la cocina, me preparé un gin-tonic, llené una botella térmica en la que empujé un trozo de limón y tres cubitos, le puse la correa al perro y salí a la calle. La complejidad de los sentimientos es solo una idea barroca que no responde a su realidad. Los sentimientos son básicos y son nuestras limitaciones para aceptar la incomodidad que a veces suponen lo que los hace parecer complejos. El amor, el dolor, la soledad, la ira, la euforia son todo fichas de un mismo puzzle. Tiré del perro para sacarlo del hueco del árbol al que entró para husmear, una vez más, y caminé dejando que fuera él quien dirigiera el paseo. Duró lo que tardé en acabar con la última gota del termo y en achisparme el monólogo. Volví sobre mis pasos, con el perro aliviado y la cabeza llena de burbujas.
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