Se podría decir que a grandes rasgos, los países, como las personas, no cambian. Hay algo en ellos que, pese a los avances, al enriquecimiento o al aumento de su población, siempre se mantiene igual. Es su condición. Con las personas pasa tres cuartos de lo mismo. Lo de fuera cambia, ropaje sobre ropaje, disfraz sobre disfraz pero al final, bajo todas las capas que intentan tapar y disimular, casi siempre asoma el pelo de la dehesa. España siempre ha sido un país de grandes contracciones y enormes dosis de visceralidad. Odiamos como nadie y queremos los que más. Un país bipolar de acentuados momentos maniacos y desconcertantes periodos depresivos que cada cierto tiempo se descontrola. El momento que nos ha tocado vivir, con las elecciones a la Comunidad de Madrid entre otras muchas cosas, es una prueba para el que lo quiera ver. España es un país metido de una centrifugadora del que esta vez le toca salir encogida y enana. No pasa nada, o tal vez sí, pero saldremos de este charco porque este país tiene una gran capacidad de recuperación, necesaria, por otro lado, para volver a hundirlo en cuanto se pueda. Mientras tanto, en este devenir de irse al carajo y volver a remontar, la historia nos da momentos preciosos. Ahora mismo no sabría decir, pero igual me viene a la cabeza cuando bajen las revoluciones.
Lo de que España es bipolar me cuadra, diría que es cierto. Ese término se podría emplear al comportamiento de las masas. Es un buen apunte, Noire.
ResponderEliminarGracias Kenit. Somos tremendos.
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