El autobús enfiló la carretera. Dejó
atrás un secarral tras otro. A veces, por el horizonte asomaban algunos puntos
blancos que salpicaban el paisaje. Durante horas no cambiamos de dirección, ni una
curva, ni un repecho, nada, absolutamente nada. Al anochecer, después de una
infinita monotonía de naturaleza muerta, a lo lejos aparecieron los pequeños
destellos de unas luces. Mi parada estaba allí. Había reservado una habitación en
lo que se anunciaba como el único hotel en kilómetros a la redonda. Vi partir el
autobús y el eco de la nada me retumbó por dentro. Ya no cabía arrepentimiento,
ni pensamientos desbordantes. Dejé la bolsa sobre una silla y abrí la ventana a
un infinito de piedra y arena que ni siquiera podía ver. Busqué un enchufe,
encendí el ordenador, puse un poco de música y leí unos cuantos correos. Al cabo de unos minutos, arrastrando el
cansancio de los climas extremos, entré en el baño y me sumergí en el agua más
tibia que caliente. Cerré los ojos, con los dedos pincé la nariz, y deslicé el
cuerpo hasta quedar todo cubierto. De fondo, deformadas por el agua, llegaban las
notas de I’ll be seeing you. Me quedé hasta que sentí frío. Fuera solo eran
las seis, pero el tiempo se había detenido y allí, tan lejos, todo se hizo inmortal.
Qué genial canción, y que genial letra la de I’ll be seeing you. Demuestra, que dejamos de existir cuando ya hay nadia que nos diga aquello de ...Te veré en todos los viejos lugares familiares..
ResponderEliminarSomos lo que los demás recuerdan de nosotros. Una vez te olvidan desapareces.
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