domingo, 18 de abril de 2021

DEL INCOMODO GESTO DE MORIRSE

 


Dijo un hasta luego y solo puede contestarle que tal vez.



A los entierros no se invita, se va. Son jornadas de puertas abiertas a la tristeza casi siempre de otros. Alguien avisa de la muerte de alguien y la noticia empieza a expandirse como un reguero de aceite que cubre la voluntad, la tapa y la disimula. Sabe mal, pero meter un entierro a media mañana, un lunes, un jueves o un día cualquiera, es un problema, un lío, una incomodidad. Pero ahí está, junto a la creencia de que acudir es una obligación, aunque no se sepa bien el porqué, porque todo queda lejos: el tiempo, las personas, el ayer. Todo es relativo, el interés también. La idea del "ahora ya, qué más da", va, viene y se estrella contra el rompiente de los gestos. Y se acude, como va la mayoría, ocupando un asiento discreto, que confirmar la asistencia pero que no demorare la salida y la vuelta a la vida. Casi siempre es así. Lo funerales, también los velatorios, se han convertido en una obligación social que pesa a quien nada tiene que hacer allí. El confinamiento y las medidas de aforo limitado han sido un calvario para las familias, para los amigos de verdad; y un alivio para muchos otros. La obligación es la tragedia viva de los funerales.




1 comentario:

  1. Pues, Anita, mi abuelo Julian Toyos, a los que no fueron a su entierro se les apareció los domingos a las 6 de lamañana durante un año. Lo dejo ahí.

    ResponderEliminar