No sé ni cuando fue, pero guarde la impresión de los relatos de un
tercero y este fin de semana aparecieron en la parte baja de la librería. Los
tenía olvidados, aunque en su momento, debieron de hacerme gracia y opté por
consérvalos, en lugar de reciclarlos para hacer la lista de la compra. Quedaron
sepultados en el último estante, donde agacharse para sacar el polvo da pereza,
y perdieron su vida ahí enterrados. El tiempo es el enemigo de los entusiasmos,
por eso que las cosas vayan perdiendo fuelle es lo normal. Lo que ayer era
imprescindible, casi vital, mañana no sirve para nada. Pero aun sin servir, en
este caso, encontrarlos tuvo su gracia. Abrí aquel manojo de papel y al azar y
me puse a leer un rato. Me entraron ganas de simular ser la voz que no soy,
intentando que no se notara demasiado y modificar los escrito por donde me
venía bien. Pasé la tarde reescribiendo por el simple gusto de adulterar la
mirada de otro. Cuando me cansé, guardé el archivador en el mismo sitio en el
que estaba. Pasará allí un par de años, o tres o, con un poco de suerte, unos
cincuenta y tres. Estoy segura que al autor de todo aquel tangai la
perpetración de su obra le parecería una grosería colosal. Y no digo que no lo
sea. Pero lo hecho, hecho está y al final estos malabares no importan tanto.
Lo que escribimos nos escribe. Muy chulo el texto.
ResponderEliminarPruebas queremos de lo que resultó. Anda, muestra lo que perpetraste. Puedes usar un pseudónimo.
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