Intentas
que el domingo sea un día tranquilo, que nada lo altere para que al llegar la tarde, cuando se cruza esa sensación de cansancio que nada tiene que
ver con el exceso de actividad, ni con la ausencia de ella, sino con la proximidad
de la vuelta a las obligaciones y al abandono de uno mismo, el abatimiento no
se haga excesivo. Pero es inevitable, las tardes de los domingos pesan. Aun así, quieres demostrarte entereza, que has superado esa estupidez que consiste en
creer que los domingos terminan con algo más que no sea el fin de semana. Y amagas
el azar con unas pocas risas, un café que pide hielo y unas hojas que lees
despacio para no perderte. Aunque sabes que parte de tu vida espera agazapada detrás de las próximas horas, igual que sabes que el recibo de la luz está por llegar y que te escandalizarás cuando compruebes que el saldo de tu cuenta bancaria, de una manera incomprensible, ha menguado
durante el fin de semana mientras te preguntarás en qué ha sido, si no te moviste de
casa, si no hiciste nada, si solo estuviste esperado que las horas del sábado
se multiplicaran por tres para estirar el tiempo que ya añoras. Y al caer el sol, como
una maldición, la humedad se triplicará dejando que la ropa se convierta en una segunda piel que te agobia pero que necesitas mientras agotas tu escasa libertad
condicional.
domingo, 4 de julio de 2021
Y SIN EMBARGO
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