domingo, 12 de mayo de 2024

VÉRTIGO Y CENIZA

 


I. Entras, te mueres de miedo, te estabilizan, sonríes y vuelves a casa.
Suena el teléfono y veo su número. Las cejas se fruncen en un gesto automático. Si llama, es que algo no va bien. Y voy hacia allí, muerta de miedo, te veo sonreír, no comprendo en qué rincón de tu cabeza queda espacio para pensar que de esa manera nos haces la vida más fácil. Y no puedo sonreír porque, mientras a ti te sale de natural, a mí se me llenan los ojos de lágrimas y tengo que volver la cabeza, mirar por la ventana y comentar que menudas vistas horrendas se ven desde aquí, que maldito sea el mal gusto de quien pensó que ver el paso de una autopista sería una buena idea.
Y me niego a mirar nada más porque mirando, aun sin buscar, puedo encontrar y no sé si quiero saber.


II. Y tú ¿Qué quieres de mí? No me digas que nada. Si no quieres nada ¿Qué haces aquí? Puede que solo te busques a ti mismo. Y casi que mejor que sea así porque yo ya no tengo nada que ofrecer. Ya no soy la que era. Ya no eres lo que yo quería, o eso creo. Con eso vivo. Yo qué sé.



III. Elecciones para no elegir nada. Menuda paranoia. Ser imbécil es una desgracia, una pena, una pesadez para los demás, pero no es un delito. Soportamos estoicamente a mucho imbécil. Si una cosa te dan los años es la capacidad de olerlos desde cinco minutos antes de que se te arrimen. En la actual política se agrupa el mayor rebaño de imbéciles narcisistas que uno se pueda encontrar, por eso la fractura es casi absoluta.



IV. Leo a Javier Marías antes de acostarme. Miro el teléfono. Me muero de sueño. Los sueños han muerto. Viva la nada.



V. Noches de auroras boreales en el Mediterráneo. ¿Quién nos lo iba a decir?


VI. Domingo de elecciones. Desayuno un bocadillo de pan de aceitunas, queso brie, jamón y un café largo, un poco aguado. No tiene nada de ligero, me da igual. Compro una buganvilla para reponer la que se murió hace poco. La cargo entre los brazos y alguien tiene a bien decirme que somos iguales. Creo que se refiere a mi hermana,  porque camino cerca de su antigua casa, o quizá porque la pienso todo el día. Debo poner cara de no reconocerle, porque lo siguiente que oigo es que las dos sois dos flores preciosas. Sonrío y lo hago de verdad. Aún se reglan piropos que no cuestan, pero valen mucho. La buganvilla es preciosa y mi hermana también.



No hay comentarios:

Publicar un comentario