II. Y tú ¿Qué quieres de mí? No me digas que nada. Si no quieres nada ¿Qué haces aquí? Puede que solo te busques a ti mismo. Y casi que mejor que sea así porque yo ya no tengo nada que ofrecer. Ya no soy la que era. Ya no eres lo que yo quería, o eso creo. Con eso vivo. Yo qué sé.
III. Elecciones para no elegir nada. Menuda paranoia. Ser imbécil es una desgracia, una pena, una pesadez para los demás, pero no es un delito. Soportamos estoicamente a mucho imbécil. Si una cosa te dan los años es la capacidad de olerlos desde cinco minutos antes de que se te arrimen. En la actual política se agrupa el mayor rebaño de imbéciles narcisistas que uno se pueda encontrar, por eso la fractura es casi absoluta.
IV. Leo a Javier Marías antes de acostarme. Miro el teléfono. Me muero de sueño. Los sueños han muerto. Viva la nada.
VI. Domingo de elecciones. Desayuno un bocadillo de pan de aceitunas, queso brie, jamón y un café largo, un poco aguado. No tiene nada de ligero, me da igual. Compro una buganvilla para reponer la que se murió hace poco. La cargo entre los brazos y alguien tiene a bien decirme que somos iguales. Creo que se refiere a mi hermana, porque camino cerca de su antigua casa, o quizá porque la pienso todo el día. Debo poner cara de no reconocerle, porque lo siguiente que oigo es que las dos sois dos flores preciosas. Sonrío y lo hago de verdad. Aún se reglan piropos que no cuestan, pero valen mucho. La buganvilla es preciosa y mi hermana también.
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