martes, 26 de marzo de 2013

LÁGRIMAS NEGRAS




Pasan los años. La primera planta de este edificio acristalado empieza a ser un lugar común. Una estructura fría, vacía, que esconde a la vista de los vivos la pena, a veces el alivio, con la que otros se despiden de los suyos. 

Desde la distancia, reconozco los abrazos impostados y la pena relativa que dibuja lágrimas de una sensiblería simplona que nada tienen que ver con el desconsuelo. 

Me faltan dedos de la mano para contar los que empiezan a faltarnos, dice. Es cierto. Como si fuera un tablero, vamos moviendo las fichas. Jaque mate, hoy no te toca a ti. Le escucho preguntar cuándo volveremos a vernos,  y le digo que mañana, como todos los martes, para comer. No es la respuesta, lo sé. Mientras lo pregunta, la veo mirar hacia otro lado, para ella, el juego no ha comenzado. Dispone de todas sus fichas, y esquiva la pregunta verdadera, como si de esa manera exorcizara la idea de que la próxima partida es la suya, que serán sus manos las que tenderá sin reconocer a quien se las da, que recibirá abrazos que abrazan poco y que tendrá que soportar lágrimas de glicerina que se diluyen en la nada en cuanto uno se de la vuelta. Nos suben cinco tazas de café, faltan dos, pero sé que no faltan.

Cae el telón y la función termina, una vez más.

Bajamos caminado sin prisa, como si estuviéramos paseando. Bordeamos el campo de fútbol, una broma macabra que los días de partido perturba el silencio antinatural del Campo Santo que tiene por vecino.  

Unas cuantas nubes juegan al escondite con el sol. Es primavera. Los angelitos vuelven a ser negros.






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