jueves, 8 de enero de 2015

NADA


"La defensa de nuestros derechos y nuestra dignidad, así como los
 esfuerzos para nunca dejarnos vencer por el sentimiento de odio.
Este es el camino que hemos elegido".



He comenzado a realizar una serie de ejercicios diarios encaminados a mantener despejada la mente y ágil el verbo desde primera hora. Cada día, entre los vapores de una ducha que parece más cocerme que asearme, recito algunos de los mandamientos que me invento para cada día. A veces, entre los rumores de mi voz disociada, los maullidos de un gato viejo que relame los goterones que se abandonan cortina abajo, escucho a mi vecino salmodiar y le imagino, maquinilla en mano, poniendo orden a su propio micro-mundo.

El respiradero del baño se ha convertido en la caja de resonancia de las miserias, de los anhelos, y de las trifulcas personales de cada uno de los vecinos de esta escalera, sobre todo de los que vivimos en el bajo segunda y en el primero segundo. Nos hemos convertidos en espías forzosos que se siguen a través de las conducciones de ventilación.
Pero esta mañana, su habitual discurso animoso se ha transformado en cortos y repetidos: “¡Ay, Dios mío! Pero, ¿En qué mundo vivimos? ¿A dónde vamos a ir a parar?” Lamentos que se han colado por todas partes a medida que su transistor le ha ido vomitando las noticias del día. Posiblemente, porque mi vecino vive en su mundo particular, hasta esta misma mañana no ha tenido conocimiento de la matanza de ayer. Es posible. Sus gemidos de hoy son el eco de los que se escuchan por todo el mundo desde ayer. Interrogantes entonados con tristeza pero que tienen respuesta conocida. Vivimos en la clase de mundo que el ser humano, nosotros mismos, hemos creado durante siglos. Nos encaminamos hacia la nada y mientras vamos sobreviviendo.
La matanza perpetrada ayer en Francia no tiene excusa ni justificación posible. Ninguna la tiene. No es la primera y también sabemos que no será la última.
Y aunque hoy estamos consternados, indignados y pedimos justicia, somos de fácil olvido y de tomar pocas decisiones que impliquen mojarse hasta más arriba de la cintura. Por eso, mañana, mientras vuelvo al agua caliente y a recitar los mandamientos del día, yo misma estaré pensando en otra cosa, forjando mi propia nada, y mi vecino (del que soy su espejo, como él lo es el mío), tarareará alguna de las canciones que le amenizan el afeitado. Porque nuestro corral es nuestro corral en el que nos creemos a salvo y en el casi nunca pasa nada. Pero ese nada, al final y sin que casi nos demos cuenta, sí que es algo, es la perdida de la condición de persona en toda la extensión de su palabra y eso es peligrosísimo.



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