domingo, 15 de febrero de 2015

ABANAR


"En la vida de hoy, el mundo solo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados".


Una invasión de moscas enanas ha llenado el patio y caminan torpemente por la cristalera del dormitorio como si fuera una pista de hielo muy particular. Sino fuera porque mis vecinas, las dominicanas, durante toda la semana han dado buena muestra de estar vivas, pensaría que alguna de ellas descansa el sueño de los justos, exhalando los humores de los que nacen toda clase de bichos que llenan los pisos colindantes. Pero no. Viven y follan con la alegría de los veinte años, de eso podemos dar buena cuenta todos los que compartimos paredes con ellas. Por eso el misterio de las pequeñas moscas que revolotean entre los restos de unos jazmines que murieron con las últimas heladas. Carlos, inclinado sobre el terrazo del patio, las observa con detenimiento como si fuera un entomólogo en plena investigación,  y concluye que son mosquitas de la fruta.

Miro hacia arriba, las ventanas del resto del edificio siguen cerradas a cal y canto. No pongo en duda su conclusión, pero no sé si su rigurosidad en la interpretación de la elasticidad de los materiales de construcción son transmisibles a la biología. ¿Moscas de la fruta? ¿En febrero? Solo espero que no sean moscas de la fruta de la pasión porque de ser así quizá mi inicial preocupación por la siniestra llegada de los bichitos no carecería de cierta lógica.

Pero es domingo,  amanece gris, como los últimos domingos de este invierno guasón, y mientas preparamos una cafetera generosa de las de antes, nos repartimos las tazas y nos dividimos por la casa, buscando cada uno sus gafas, para aprovechar esos instantes, casi siempre inexistentes, de tranquilidad absoluta. Releer a Pessoa y escuchar a Billie Holiday para concluir que cualquier tiempo pasado fue siempre anterior,  mientras con la mano abano unas moscas diminutas pero muy pesadas.


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