Suspiró, abrumado por los niveles de imbecilidad que padecía el mundo.
Estos últimos días han sido un
poco descorazonadores y lo de “un poco” podría entenderse como un eufemismo de lo negro y de la infecta realidad que nos ha golpeado. El azar juega a
gastar bromas macabras y mientras los noticiarios anunciaban la caída de un
avión que se ha llevado por delante la vida de ciento cincuenta personas. El
teléfono nos arranca el confort y todo se convierte en un sobresalto, en una
angustia irresoluble y, después del miedo y la estupefacción, algo parecido al rencor
empieza a cocinarse por dentro. Quiero pensar que, como todo, el tiempo lo
atemperará, pero ya no lo sé. Algunas personas no merecen vivir. De eso creo
estar segura.
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