Pasaron dos o tres días con sus noches;
creo que podría decir que
pasaron nadando,
que se deslizaron, callados, serenos, hermosos.
Así pasábamos
el tiempo:
allá abajo el río era monstruosamente grande...
Hablar de la fugacidad del tiempo
es una obviedad, pero lo que es cierto es que a veces se nos olvida lo corto
que es todo. Es culpa de los atascagargantas del día a día que nos ocupan la
mayor parte de la vida Nos consolamos pensando en que llegará el mañana y que
entonces, con las cosas en calma y orden, podremos dedicar el tiempo a todo
aquello que dejamos en espera porque ya no podemos seguir arrancándole horas al
día. Llegará un momento en que los proyectos dejarán de quedarse en eso,
proyectos que engulle el tiempo y los tritura hasta hacerlos desaparecer.
Entre las pilas de las “cosas
interesantes” que guardo sobre la mesa, encuentro algunas notas empezadas y
nunca terminadas, artículos subrayados pendientes de volver a leer, anotaciones
de libros, circuitos de imaginados viajes pendientes y folletos de comida
china. Leo la noticia de un tipo que se voló la tapa de los sesos, dejó una
nota que nadie fue capaz de descifrar. Arrugo el periódico, lo lanzo hacía la
papelera, aterriza junto al zapatero y ahí se va a quedar.
Los domingos son un paréntesis que congela la cotidianidad del resto de
la semana y que nos hace soñar con ese tiempo que está por llegar, días en los
que volveremos a ser libres, en que ya no necesitaremos imaginar otros mañanas porque
esos mañanas ya los tendremos al alcance de las manos. Momentos en los que volverás
a hacer lo que quieras sin necesidad de malgastarse en sucedáneos que no saben
a nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario