La vida es siempre una tragedia para aquellos que sienten.
Llevar al cine algunas cosas es un ejercicio más
que complicado. Que una persona fracase sentimentalmente no es una gran
noticia. El derrumbe personal y emocional del que lo sufre puede arrasar con todo. Sin embargo, cuando el fracaso en el
proyecto de vida de dos personas tiene como satélite a los hijos, el dolor, la
rabia, hay que gestionarla con sumo cuidado porque las consecuencias de los
sentimientos negativos pueden ser devastadores cuando rebotan en los niños que se terminan convirtiendo en el pim-pam-pum de unos
adultos que, en ocasiones, se transforman en seres completamente irracionales.
En el año 2002, Geoffrey Enthoven dirigió,
escribió y montó la película “Les enfants de l’amour” (Los niños del amor), una
producción belga que, sin entrar a valorar el drama de los divorcios en los
adultos, muestra con una claridad brutal los sentimientos de unos hijos ante los posicionamientos de unos padres
que anteponen sus intereses, decepciones y frustraciones a lo que esos hijos
puedan sentir, necesitar o padecer.
El formato casi documental nos muestra la vida
de tres hermanos, hijos de una madre común (Nathalie Stas) y dos padres
distintos (Olivier Ythier y Jean Luis Leclercq). Michael (Michael Philpott),
Winnie (Winnifred Vigilante) y Aurelie. La trama se sitúa en los hechos que se dan durante un viernes cualquiera en que los niños marcharán a pasar el fin de semana con sus
respectivos padres, mientras la madre, agotada y agobiada por la falta de tiempo propio, organiza su fin de semana sin niños.
Frente a ella, los padres, unos hombres alejados de la de la cotidianidad de los menores por las circunstancia de sus vidas, que sólo los ven los fines de semana cada quince días y que intentan, como pueden,
centrar toda su atención en unos hijos que se les escapan.
La bondad de la película está en que se centra en
los tres modos distintos con los que cada uno de los niños encara la ruptura
familiar, como sobrellevan las posteriores relaciones de sus progenitores con terceras personas. Tangencialmente, la filmación nos muestra el modo en que la ruptura familiar afecta a la familia extensa, a la relación de los abuelos con sus nietos, el sufrimiento que produce el alejamiento involuntario en el que se encuentran sin quererlo y muestra, también, los conflictos de lealtades que se suscitan en los niños, la tristeza de los
más débiles, de los que sufren sin quererlo.
Esta película, que pasó desapercibida para el
gran público, recibió, en su momento, el premio del público en el Festival
Internacional de Cine de Flandes, el Premio especial del Jurado en el Festival
de cine de Mannheim-Heidelberg y el premio a la mejor película en el Festival
de Cine de Milán. Son, sin duda, premios merecidísimos a una película valiente
y real como la vida misma.
Una película imprescindible para saber qué es lo que
no hay que hacer cuando un rompe con su pareja y por medio se encuentran unos
hijos para quienes "su padre" y su "madre "continuarán siendo siempre "su padre" y "su
madre" pese a que estos ya no se quieran, pese a que ya no convivan.
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