"Una completa igualdad (para la mujer) significa más que
el logro de objetivos estadísticos; debe cambiar la cultura".
Kofi Annan
El sexismo es algo que está tan
absolutamente arraigado en la mentalidad de las personas que, de vez en cuando, escuchamos patinazos como el siguiente: “A
mí me gustaría que fuera una niña, pero pensando en Sergio casi mejor que lo
que viene sea un niño, así jugarán juntos”. La frase, si bien no es literal,
venía a decir lo que ahora se entrecomilla. Escuchada esta barbaridad de la
boca de una presentadora de televisión, con altos índices de popularidad tanto
por su trabajo como por haber emparejado con un conocido jugador de balompié,
no cabe más que echarse las manos a la cabeza y reconocer que aún nos queda
mucho trabajo por hacer. Y si lo afirmo de un modo tan rotundo es porque la frase dicha ante el photocall de turno encierra una gran perversidad. Las grandes discriminaciones, las tremendas desigualdades nacen por cuestiones tan sencillas y cotidianas como ésta y ahí radica parte de su problema. Son los gestos pequeños del día a día los que perpetúan las diferencias y que separan, a veces sin darnos cuentas, a los unos de las otras y viceversa.
Para que los niños y
las niñas crezcan sintiéndose iguales deben aprenderlo y aprehenderlo desde sus más tempranas edades, de ese modo, cuando lleguen a adultos, se tratarán como iguales porque se sentirán como tales.
Nada mejor que un niño tenga hermanas y que una niña tenga hermanos, si es posible. Es el modo
más sencillo de aprender a respetar las diferencias y de aprender, también en este caso, que la existencia de
ellas no nos hace mejores ni peores, sino solo diferentes pero totalmente
complementarios.
Las palabras no son inocentes y los pensamientos tampoco, por
eso hay que ser muy cuidadosos tanto con los primeros como con los segundos y
sobre todo cuando, como el caso, quien las dice, quien los muestras, es alguien con trascendencia mediática (nos guste o no).
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