«El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la
soledad.»
Gabriel García Márquez
Hay
una gran diferencia entre "estar solo” y “sentirse solo". Lo primero acostumbra
a ser un estado no siempre sencillo de alcanzar, aunque deseable. "Sentirse
solo" es algo muy distinto. La soledad es un sentimiento tremendo que deja las
entrañas huecas, que la agrava la impotencia que siempre lo acompaña. Es un abismo en el que se navega a la deriva, abandonado por los que se quisiera
tener cerca. En el "estar sólo" hay una voluntad, una naturalidad
que se pierde cuando viene impuesta y lo transforma en un sentimiento, en algo íntimo que desbroza por dentro.
Pero algunos pensamos que no hay nada más natural y humano que reclamar un
espacio propio, o un poco del tiempo que las obligaciones y la vida compleja nos
roba. Hay placeres mucho más mundanos, pero algo tiene de especial el poder estar a solas con uno mismo, ensimismado
en pensamientos que casi nunca surgen cuando uno se encuentra acompañado.
Enredarse con la propia sombra, sin tener que rendir cuentas a nadie, perderse en actividades que a otros pueden parecer extrañas o estúpidas pero que son fundamentales. Retirarse para no hacer nada o para
hacerlo todo. La soledad querida,
buscada de propósito, es una bendición de la que es difícil disfrutar.
Nos encontramos permanentemente rodeados de gente que casi siempre nos interesan bastante poco y eso, a veces, es
complicado de sobrellevar. Puede que por eso que el que busca la
soledad de propósito jamás se siente abatido, sino plenamente dispuesto, entregado consigo mismo y frente su propias necesidades. Lo vital, lo fundamental.
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