...i ara tanco els ulls, per pensar-te, per veure't....i jo reposo en tu,
i et penso tendrament, i et veig, i et tinc.
Martí i Pol
En primavera, los mediodías de sol, los jardines del Palau Robert se llenan de oficinistas con tarteras, periódicos y libros. Hombres y mujeres que almuerzan abaratando la pitanza del menú a doce euros con las fiambreras que vienen de casa. Son tiempos de economía corta que ha traído costumbres que antes encuadrábamos en los jardines que rodean los Inn de la City de Londres, patios de manzana en los que jovencitas secretarias inglesas, pálidas como espectros, apuraban los escasos rayos de sol que alcanzaban la primavera británica mientras mordisqueaban sándwiches que nos parecían una infinita pobreza gastronómica.
A unos bancos de distancia un
tipo lee. Intento ajustar la vista, alargarla todo lo que puedo, para descifrar
el título entre los borrones de una portada de la que solo distingo el negro y
anaranjado que abandera una conocida editorial. Pero no veo nada.
Unos cuantos
rayos de sol, escapados de entre las tormentas que nos abruman las últimas
semanas, nos calienta las primeras horas de la tarde. Esta hora escasa de parón
convierte la grava y los bancos de este rincón en un tesoro
buscado para olvidar, aunque sea durante un breve instante, lo ofensivo que, en
ocasiones, es la vida burda y rutinaria que nos rodea.
El tipo se recoloca las gafas,
suspira mirando al frente y su mediana edad se trasforma en algo distinto, algo
lejano que solo él ve. Sé que en las miradas de algunos se puede descubrir la verdad
pura de las cosas, aunque no en este caso en el que no soy capaz de ver más que la
silueta, el contorno de un tipo con el que coincido desde hace algún tiempo y del que puedo
imaginar una vida corriente, como la de todos, en realidad. Entre el rumor de los que descansan, bajo la sombra de unas palmeras, que parecen tan extranjeras como los que pasean un poco más allá de los muros de este jardín,
aparecen seres anónimos que convierten el tiempo en un abanico de posibilidades antes de que el reloj nos arrastre de nuevo al averno de la rutina que nos da de
comer.
Qué atinada idea la del tiempo, querida amiga, como un abanico de posibilidades que se despliega ante el abanico gris de la rutina. Esa sensación de que en cualquier esquina habita el asombro. Un abrazo cordial desde Madrid.
ResponderEliminarGracias José Luís, un abrazo para ti también.
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