“Hago por la familia lo que tengo que hacer, es mi deber. Lo único que me ha enseñado la vida es a soportarla, nunca a cuestionarla, y a quemar en la escritura los deseos generados”.
Karl Ove Knausgard
Vas a caminar sin
muletas, en algún momento sentirás que estás a punto de caer, que las rodillas
no van a poder soportar tu propio peso pero, al final, sabes que no será así,
no te lo puedes permitir, de manera que esas piernas que flaquean te sostendrán
aunque sea de mala manera Es cuestión de confianza y de pura necesidad.
Tu mirada sigue
turbia, esquiva, aunque quede disfrazada por el desenfoque de una lente novata.
No existen parihuelas para las heridas que no se ven. Tus piernas, que se
aflojan por el peso de las circunstancias, se recuperan y la vida amable va
zurciendo el vacío que sientes por dentro. Pero no son los ojos los que de verdad te delatan, es el gesto de la boca. No existen manos suficientes para
ocultar unos labios entregados a lo acomodaticio, ni las decisiones que se
toman para tranquilizar una conciencia exaltada. Se te nota, aunque no lo quieras.
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