Nunca trates de enseñar a un cerdo a cantar.
Perderás tu tiempo y fastidiarás al cerdo
Cuando
la mañana se presenta plácida y nos regala tiempo, leer la prensa es uno de los
mejores ejercicios para convertirse en un absoluto descreído en la información
que transmiten. Siempre me pregunto, si los hechos son hechos, y no opinión, ¿Cómo es posible que las versiones de unos y otros sean como el día y la noche?
La realidad, objetiva, es que andamos en plena ebullición en la que lo alegal o
lo ilegal deja de serlo porque se reviste de discursos que intentan
legitimarlos bajo idearios disfrazados que se llaman progresistas y, bajo ese
manto, estamos justificando comportamientos y actitudes que deberían
espeluznarnos. La palabra “fascista” recorre todo el arco parlamentario,
arrojada contra el contrario como un insulto que lo invalida absolutamente todo
y da carta de naturaleza a maneras que son absolutamente intolerables en una
democracia.
El
barrio de Gracia se quema al atardecer. La excusa, esta vez, el mal llamado “banco
expropiado”. La historia es la de siempre, solo que esta vez retorcida hasta el
tuétano para que unos pocos acaben enarbolando la bandera de una libertad que
ellos se dedican a machacar en cuanto pueden, porque la libertad es la suya
pero no la del vecino de al lado. En el caso de marras, el tema tiene enjundia,
el local ocupado es de propiedad privada, no es propiedad pública, ni siquiera
de ningún banco (lo que tampoco legitimaría en absoluto la ocupación); y es
ocupado por unos cuantos que desprecian la propiedad privada, siempre que sea
la de otro, claro. Y los que mandan, para evitar que les exploten las calles
como ocurrió hace ya un año en Can Vies, se avienen, con una decisión que roza
lo delictivo, a abonar un alquiler que pagamos entre todos los contribuyentes y
que disfrutan unos pocos que por decisión propia andan al margen de las
obligaciones que todos tenemos. Al final, como no puede ser de otro modo, el
Ayuntamiento decide dejar de pagar aquel arrendamiento y el propietario, un
particular, recuperar por vías legales su local, porque para eso es suyo. Y
aquí empieza la quema de contenedores, de vehículos, la rotura de escaparates, los negocios paralizados, las carreras por las calles y el cuestionar la
intervención de la policía que debe frenar la violencia de unos cuantos que se
creen por encima de la ley. Y los políticos, los que mandan, no solo no
condenan la violencia de aquellos que sin legitimación alguna revuelven la vida
de un vecindario hasta convertirla en mierda, sino que deslegitiman, dejando a
los pies de los caballos, no solo a quienes intentan devolver las cosas al
lugar que corresponde sino a todo el resto de ciudadanos que cumple con sus
obligaciones y respeta a los demás, incluidos a los que nos convierten la vida
en un infierno.
Hace
ya algunos años unas cuantas personas nos organizamos en una asociación que
gestionaba proyectos encaminados a promover políticas de igualdad. Tuvimos que
buscar un local, que se nos cedió por un particular porque el consistorio no
disponía de espacio, con Hacienda y las míseras subvenciones que se recibían
para hacer frente a cuatro cosas, la vida se convertía en un pesado caminar.
Aquel proyecto cerró pese a su espectacular acogida en un barrio de los
llamados periféricos. Pero claro, éramos unos cuantos organizados que dedicábamos
nuestro tiempo, conocimiento y dinero a un fin común, pero nunca okupamos ni
quemamos nada, ni hicimos escrache alguno contra nadie Quizá ese fue el
principio del final.
Llevamos
meses, años, tolerando la extorsión de algunos colectivos que no merecen
absolutamente nada, ni siquiera el respeto que aún les mostramos. Vamos mal,
hace mucho que vamos mal y lo que nos espera no es mucho mejor, aunque eso
depende del periódico que se lea, la radio que se escuche o el telenoticias que
se vea, claro.
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