Ahora que vuelvo a pensarlo ¿Qué idiotez es esa de considerar sólo que al viejo ya no le acompaña el cuerpo para la fiesta? Me temo que lo primero que no le acompaña es el alma.
Aurelio Arteta
Empieza la vela de
nuevo. Aun no sé por qué he escrito “de nuevo” cuando en realidad desde hace
semanas la vela no cesa nunca. Vivimos en un estado de vigilia permanente en el
que cerrar los parpados supone abandonarte y dejar de cuidarte, perderte entre
las brumas de lo desconocido que desde hace semanas te arrastran. Vivimos
fatigados, angustiados entre el temor razonable y esperado de tu perdida
anunciada. Dejé de creer en Dios hace demasiado tiempo y no encuentro esperanza,
ni consuelo, en vidas mejores ni en un más allá que no puedo palpar. Tu descanso no será nuestro descanso, no el mío.
Siento tus
manos diminutas, frías y lacias, sobre una sábana con la que te arropo a cada
momento, aunque no hay movimiento que la agite porque la asepsia de esta sala
lo paraliza todo. No puedo creer ni por un instante que no sientes nada, y no
sé si es mi necesidad, o una historia leída en algún momento y repetida por los
que intentan que tu viaje sea más liviano, que nos oyes, nos sientes; por eso no dejamos de hablarte, de
acariciar una piel que conozco milímetro a milímetro pero que anuncia, con su palidez extrema, un final demasiado inmediato. Beso tu cabello ralo, tus
mejillas huesudas y me parece sentir que tus venas palpitan, que bombean vida y que
en cualquier momento abrirás los ojos, que todo habrá sido un mal sueño, una broma
de mal gusto de este destino estúpido. Será tu mal sueño y nuestro mal desvelo.
A veces, al volver a casa, pienso que debería cambiar tu cama, poner una sábanas limpias, pero también hasta ahí llega el
miedo; miedo a que cualquier cambio precipite un final que ya nos roza las manos y nos hiela por dentro. Por eso
el insomnio, no es una sombra, es un retazo de vida al que nos sujetamos mientras las horas se van diluyendo, pensando que los niños no se mueren nunca. Pero cada día amanecemos
sin más normalidad, ni rutina, que tus labios amoratados, sellados a una vida a
la que llegaste hace tan poco que tener que abandonarla ahora es un insulto
grosero y una descortesía absoluta. Y cada día, con cada hora que pasa,
nuestros ojos se vuelven ciegos, nuestras gargantas mudas y nuestros oídos sordos
en el avance del miedo y de la derrota absoluta y todo, absolutamente todo, se
vuelve azul oscuro casi negro.
Anita,que suerte poder leerte.Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Carmen.
Eliminar