La nostalgia no sólo es desvergonzada, también es traicionera.
Karl Ove Knausgård
A pocas horas de acabar el año surge el eterno conflicto
entre enterrar lo viejo y ensalzar lo que tiene que venir que, una vez venido,
intentaremos enterrar también al cabo de cierto tiempo. Se nos despide un año bastante extraño,
bastante inútil, bastante cansino. Un año de sentimientos encontrados, de proyectos frustrados, de risas incontroladas, de carreras sobre una rueda que
acaba llegando al mismo sitio, de penas negras como la pez y de enormes dosis
de esperanza. Un año de grandes aciertos y de errores morrocotudos de los que cabe lucirse un rato y también lamentarse
pero, en esto, solo un poco, porque uno
no puede andar toda la vida pensando en lo que pudo haber sido y al final fue.
Un año en los que, como siempre, he ganado pero también he perdido; un año
que he echado de menos a algunas
personas y he echado de más a algunas otras. Pero el balance, al final y como
casi siempre también, queda en tablas. Hace
tiempo que decidí calzarme las gafas de lo relativo, así que desde ahí creo que todo está medianamente bien,
relativamente bien. Llega la hora de los deseos y el primero, como no puede ser
de otro modo, es que la vida no se cebe con nosotros; que podamos vivir en una calma que aliente
pero que no mate; que busquemos y encontremos; que no molestemos, ni nos
molesten, más que lo imprescindible, lo necesario. En lo particular solo pido
seguir comiendo y conociendo, lo que resume mi filosofía sobre el control mediano entre el físico y psíquico; ser capaz de seguir ardiendo por el interior
(aunque sea un poco), y que el tiempo,
si quiere, me devuelva algunas cosas que perdí por el camino, aunque sé que eso
no es más que una chiquillería. Salud y
fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario