El ruido se inicia en el instante en el que las personas se callan y oímos los pensamientos moverse dentro de ellas como las piezas, que intentan ajustarse, de un motor averiado.
António Lobo Antunes
Hay
muchas cosas por las que disgustarse hoy en día. En mi vida intento que cada
vez sean la menos pero aun así no consigo alejarme de algunas inquietudes, por
mucho que intente ponerles distancia. Pero el azar es traicionero y, cuando uno
menos se lo espera, llega en modo ruidoso y le da la vuelta a la mañana como si
se tratara de un calcetín ya viejo. A veces son cosas que carecen de una
importancia real frente a la desgracia del mundo pero, aun así, la
relativización solo sirve para respirar profundamente y sumirse en el silencio
durante un buen rato. Esta mañana ha sido una de esas, nada fundamental para el
mundo pero ahí queda, en el capítulo de las pequeñas desazones. Perder algo a
lo que se le tiene estima, por muy poco valor que tenga, no deja de ser una
murga que llevo mal. Algunos nos rodeamos de cosas viejas que nos gustan y nos
reconfortan, y que el día que desaparecen nos llenamos de una tristeza
incomprensible para el que no tuvo el abrigo y consuelo de aquello que carece
de sentido para cualquiera. Podría decirse que los que disfrutamos de las
pequeñas cosas que no sirven para nada, pero que acompañan mucho, somos fetichistas
menores incomprendidos en muchos casos. El paraíso terrenal de cada uno se
compone de las cosas que uno escoge, por eso no es extraño encontrarse
momentáneamente desvalido, incluso un poco devastado, cuando aquello que nos
hizo felices desde la insignificancia se pierde.
Cosas que para otros carecen de sentido pero que forman parte de nuestro pequeño mundo, y su ausencia o perdida no se lastima de alguna manera.
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