El gran Abulio pidió a los dioses la merced de desdoblar de sí mismo un álter ego activo, un gemelo ejecutivo y diligente, inmune a la pereza, a la duda y a la desesperanza, pero completamente sometido a su mandato como el siervo de la lámpara de Aladino.
Rafael Sánchez Ferlosio
Le dije que no debía caminar solo
por la calle y mucho menos hacerlo a esas horas. De noche, con frío, y con más
años que Matusalén, hay ideas que no son buenas aunque uno lo crea. Pero ser
mayor no convierte a nadie en idiota, ni en un inútil, por eso no pude quejarme
cuando de muy buenas maneras me mandó a paseo. Ayer le visité en su casa, la
pierna rota y un habano en la mano. Le pregunté qué tal y me dijo que estupendo,
como nunca. Nos bebimos una cafetera italiana entera. A las ocho, con el
termómetro cayendo a pasos agigantados, me señaló la puerta y me dijo que era
hora de que volviera a casa. No es bueno que andes por la calle habiendo
oscurecido y con esta lluvia, dijo. Le mandé a paseo trufándolo todo con un abrazo grueso. Un tiempo de perros me esperaba en el
portal.
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