Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.
Wislawa Szymborska
Al vivir así perdimos muchas cosas, pensando que ganábamos
otras tantas. Un día, después de una jornada de trabajo que nos había dejado
agotados, nos asomamos a la ventana, miramos al cielo y desde allí, desde la veinticuatroava planta, no pudimos ver nada más que un velo contaminado de luz y
polución. Nada, absolutamente nada más. Cuando cae la tarde, el cielo se cubre de
neblina densa que brilla con la intermitencia de los aviones que cruzan la
ciudad, y que se extiende como una sábana sucia. Las estrellas no existen más
que en los cuentos infantiles y en los documentales de televisión, por eso no es posible explicarle a los niños
que cuando sus perros se mueren suben hacia arriba para convertirse en una estrella
a la pueden recurrir cuando se acuerden de ellos. Ahora solo podemos contarles
que desaparecen y a cambio les dejan un punto seguido. Es difícil explicar qué
ocurre con todas las cosas que se van, con la gente que se nos muere, con los
objetos que desechamos, incluso con aquellos aprecios que un día creímos
inamovibles. Y es difícil porque todo eso, todo aquello que creímos fundamental , apenas deja nada
a lo que agarrarse. Lo físico se desintegra a la velocidad de la luz y lo otro,
lo que no podemos tocar, se va perdido mientras va dando vueltas entre la
cabeza y el corazón en una carrera infinita que parece no terminar nunca. En
estos tiempos quedan pocos asideros cuando la melancolía aparece. Es
un signo terrible de los tiempos. Pero bajo toda esta ruina, puede que algún día podamos recuperar algunas cosas y esa neblina densa nos permitirá descubrir, aunque sea
de lejos, el titilar de un recuerdo que no nos ha abandonado del todo.
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