"Dicen que no encajo en este mundo. Francamente, considero esos comentarios un halago. ¿Quién diablos quiere encajar en estos tiempos?”.
Billy Wilder
Nos cruzamos en la calle, parada obligada. Cálculo de
una manera rápida si puedo entretenerme, si me vale la pena o no permanecer de pie,pasando frío y escuchando convencionalismos. Y mientras
hago todo eso, mantengo la sonrisa del que no tiene nada que decir pero debe
cierta cortesía. Sonreír y dejar que el otro hable, que llene el poco tiempo
que estás dispuesto a entregarle, porque el tiempo es oro y a ti te interesa
muy poco lo que en estos dos minutos de charla casi obligada te puedan llegar a
decir. Termina la conversación, si a cuatro frases repetidas hasta la saciedad
se le puede llamar así. Son los repetidos: “¡cuánto tiempo!”, “nos hacemos
mayores”, “¿aun trabajas en el mismo sitio?”, “a ver si quedamos un día y
tomamos un café”. Y así, mientras giro la esquina, dejando atrás aquel encuentro
casual, aprieto el paso borrando de la cabeza los dos últimos minutos de mi vida, como si así pudiera recuperarlos y dedicarlos a cualquier otra cosa
porque sé que, entre esas francachelas tan simples y vacías, el tiempo se
muere sin remedio.
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