El tiempo se puede medir, regular, imponer, pero aún así sigue teniendo un halo de misterio. Por más controlado que esté todo, el tiempo siempre es una incertidumbre de fondo.
Orhan Pamuk
La manera más extraña de convertirse en un casi desconocido para el
otro es convivir el mayor tiempo posible arrastrado por la rutina. Al principio
parece lo contrario, conoces a la perfección si la comida le gusta salada, si
prefiere no hablar cuando se levanta, secarse con toallas sin suavizante, tener sexo al amanecer, reconocer cuando pasa algo porque el silencio se va espesando desde la mañana
hasta la noche. Pero mientras todo eso va pasando y vas almacenando datos que
permiten la supervivencia de la pareja, algunas cosas se van olvidando porque quedan
para otro día que al final nunca llega, porque lo nutricio va ganando paso a lo
existencial. Y un día, te levantas con el aliento pesado y al mirar al otro
lado de cama reconoces a esa persona con quien la compartes, porque la cáscara
que la envuelve es la misma con la que se acostó unas horas antes. Pero tras esa primera imágen, te sorprendes intentado adivinar en qué habrá soñado o si no lo habrá hecho. Los
cambios van sucediéndose y no pasa un minuto en que no se produzca una pequeña
mutación en tu universo que pasará desapercibida
a los ojos de otros, incluso para aquella persona con quien desde hace años
compartes obligaciones, cuentas bancarias y una extraña corriente que se
mantiene pese a todo. Algo te obliga a rebuscar bajo tanta obligación, tantas
decepciones y carreras apresuradas para encontrar entre tanto derrumbe la llave
que abre paso a la siguiente fase del
camino con el convencimiento de que eso es lo que quieres.