"Cuando eres pequeña, nadie te dice que vas a morir . Tienes que averiguarlo por ti misma. Las pistas pueden ser que tu madre llore pero finja que no..."
Sigo aquí. Maggie O'Farrell
Me llamo Grace. Este es mi segundo aniversario, aunque nací
en 1974. Peino unas canas diminutas y tengo ganas enormes de vivir en paz.
Yo, mujer nacida de los dolores de otra
a la que no recuerdo, he sobrevivido a mi primera vida y recién acabo de
empezar la segunda. Quiero pensar que soy un gato como el que ayer vi en el televisor, que tengo siete vidas y que todavía dispongo de otras cinco de recambio, pero algo me dice que mi cuerpo no soportaría otra desconexión,
otro coma que era irreversible y que al final, no lo fue. Un golpe de suerte,
dice el doctor, intentando hacer una gracia que no comprendo y que le hace
carraspear por lo bajo y cambiar de tema sobre mi aspecto. El pelo despunta
poco más de un centímetro, blanco, espeso, junto a una costura que cerró el escape de
todo. Me llamo Grace, y no recuerdo nada de lo que ocurrió aquel 3 de abril de
2017 en el que, según me cuentan, aparecí inconsciente en los baños de la
estación de autobuses con la cabeza abierta y el bolso vacío. Ahora sé que tuve una primera
vida, desconocida, que no sé cómo encajar con esta segunda que no controlo. No recuerdo nada. Hace dos semanas que he vuelto a un apartamento
que dicen que es mío y que alguien se ha encargado de mantener mientras yo
intentaba volver a consciencia. Cuando llegué casa encontré un ramo de margaritas enorme junto a una carta que no supe leer. Tengo que reaprender lo que en su día aprendí y que ahora se ha perdido por algún lugar de mi cabeza, aunque yo creo que debió quedar entre las baldosas de aquel retrete en el que aparecí. Tengo restringidas las visitas y yo
misma acepté a una cuidadora, Mae, que me ayude a transitar desde el olvido a mi
nueva vida. Dicen que de esa manera será más sencillo. No lo sé. Por la casa hay fotografías mías y de la que era mi vida. Me formulo pocas preguntas porque me da miedo
lo que pueda descubrir.Paso muchas hora sentada en el sofá de casa, mirando por la ventana intentando descubrir lo que hay ahí afuera. Salgo muy poco a la calle, una vuelta alrededor de la manzana y vuelta a casa. Me cruzo con extraños que me miran con condescendencia, que me saludan con
reserva y yo, agarrada al brazo de la única seguridad que tengo, sonrío de un
modo mecánico. A veces rebusco
entre los cajones, en el fondo de los armarios, algo que encienda la chispa de
la memoria, pero todo es extraño, anodino. Lloro sin saber porqué y Mae tiene la
corpulencia de un armario ropero y la sensibilidad de una alondra, me abraza hasta que consigue que el hipo desaparezca. Es negra como
el tizón y sus manos destacan sobre la blancura mortecina de mi cuerpo que lava
con delicadeza. Ella es Mae, yo soy Grace, y el resto es un mundo de
desconocidos que me asustan. Ayer, volvió la policía. Me senté en el sofá y no pude contestar a nada de lo que me
preguntaron. Se que se exasperan y que dejarán de venir porque yo no recuerdo nada. No sé quién soy, no sé quién querría hacerme
daño, no sé quién es nadie, no sé nada. Y me siento como un bebé inútil e
indefenso, con un insufrible dolor de cabeza que no sé cuándo va a parar.
Esta noche he soñado por primera vez desde que
he vuelto a esta casa. Un hombre me tiraba del pelo y me obligaba a doblar el cuello hasta que ya
no daba más de sí. Veo la acera sucia, llena de mugre y escucho un ruido seco
de una nuez partida y sé que estoy muerta otra vez. Un grito se me ahoga en el
centro del pecho y me he despertado rota.
Todo me da miedo, la casualidad de estar donde no debía, según dicen.
La vida se ha convertido en cuatro paredes que guardan celosamente
la nada más absoluta.
Posiblemente lo de las siete vidas sea verdad. ¿Será verdad en todo esto tan leve, tan dado a la suerte. No sé.
ResponderEliminarGenial, me ha gustado.