domingo, 19 de abril de 2020

MINIMIZAR Y CONTROLAR, TODO ES EMPEZAR




Es solitario aquel o aquella que no es el número uno para nadie.
Helen Deutsch





Busca la primera palabra y empieza. Me lo repito una y otra vez, pero no puedo. Guardo el archivo, lo vuelvo a abrir, miro la pantalla y el tintineo del cursor que parece marcar el tic-tac de un vacío total. Estoy llena de ruido, llena de pereza, llena de hastío, de cansancio, de horror, de rutina, de miedo, de risa, de todo. Pero todo eso se apelotona y no sirve para nada. Trabajo a trompicones, como puedo pero me canso, me aburro. Nada bueno, nada nuevo, nada de nada. 
He dejado de seguir las noticias porque no soporto que me traten como si fuera idiota, como si no pudiera ver que vamos menguando a pasos agigantados en todos los sentidos mientras estamos confinados en casa. 
Me preocupo y me irrito. La verborrea institucional oscila entre lo estúpido y lo negligente; entre lo autoritario y lo condescendiente. No se contesta a nada porque nada se sabe, porque no interesa, porque estamos vendidos y se ha perdido el rumbo.
La moda de utilizar lenguaje bélico para tratar una emergencia mundial de salud es absolutamente ridículo. Toda esa farfolla dialéctica nos hace la envolvente mientras nos va recortando libertades que nos cuelan sin que la mayoría se lleve las manos a la cabeza. A veces me pregunto si hay alguien ahí pero el eco replica las últimas sílabas de ese alguien mientras algún Real Decreto se dicta. 
No estamos en guerra; ni tenemos un enemigo; ni nuestros médicos, sanitarios, enfermeras, personal de limpieza, tenderos, guardas de seguridad, nadie de lo que siguen funcionando mientras nosotros nos quedamos en casa, son héroes, ni deben serlo. La sociedad en su conjunto debe de agradecerles el enorme esfuerzo profesional y personal que están haciendo, pero eso no es suficiente. Nuestros gobernantes deben protegerles, equiparles adecuadamente, garantizarles el descanso y el sosiego y pagarles de un modo adecuado, pero no puede abandonarles a su suerte y seguir con un discurso copiado y reelaborado de otros tiempos y otros males que nada tienen que ver con neutralizar el coronavirus.
No podemos canjear el trabajo de todos esos profesionales con unos aplausos que, aun siendo bienintencionados, ocultan la gravedad de la situación en la que trabajan. No estamos en una fiesta de comunidad de vecinos, ni ellos en una gincana en la que les toca sortear la propia enfermedad, incluso la muerte.  
Me chirrían las arengas bélicas. Me chirría el ambiente festivo que se ve por algunos sitios y me incomoda una enormidad asistir al constante desprecio a la inteligencia de las personas que confinadas escuchamos sus discursos mientras vamos perdiendo, poco a poco, nuestra libertad incluso a discrepar. Pero sobre todo me asquea el doblar la cerviz de quienes por ideología justifican, esconden y explican, la inoperancia de quienes ahora más que nunca debe ser eficaces, eficientes y trasparentes.
Ahora ya estamos en azul oscuro, casi negro. La vida corriente ha reventado y los mensajes Mr. Wondeful no sirven para nada, ni siquiera como consuelo para todos aquellos que cuentan entre los suyos a esos muertos que algunos no quieren contabilizar. 

PD.: A la Guardia Civil decirle que si vienen a casa por criticas a la gestión del Gobierno que no tiren la puerta, que llamen y les abriremos gustosamente que el cerrajero cuesta un ojo de la cara.



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