Todas las cartas de amor son
ridículas
No serían cartas de amor si no fueran
ridículas
También yo escribí, a mi tiempo, cartas de amor,
como las otras,
ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor
tienen que ser
ridículas
Fernando Pessoa
Querido John:
Estos días de enfermedad y muerte
revuelvo los cajones para ocupar el tiempo. Encuentro restos de la vida que fue
y que seguro que no va a volver. Entre los papeles y facturas viejas encuentro
una postal de las cataratas del Niagara. Recuerdo el día que la compré. Hacía un
solo espectacular. Un autobús nos había dejado a primera hora de la mañana frente
a un motel que debía de llevar cerrados desde hacía mucho tiempo. No pude evitar
imaginar a Marilyn Monroe, transformada en la voluptuosa Rose, saliendo de una de aquellas
cabañas, balanceándose sobre las caderas mientras buscaba una salida a la desesperación
que arrastraba. Pero el paisaje nada tenía que ver con la ensoñación a en la
que me recreaba. Dos mujeres negras, rollizas hasta la infinidad, hacen cola
para subir al teleférico que cruza al otro lado de la catarata. Rose habría
pedido un whisky con soda para olvidar.
Vuelvo a verlo todo a través de la fotografía
y vuelvo al momento en que la escribí. La guardé secretamente entre las páginas
del libro para enviarla en cuanto llegara a casa. Pero como todo lo que no hago
de inmediato, lo olvidé y ahí quedó muerta hasta que ya no tenía sentido
enviarla y pasó al cajón de los papeles.
Ahora, tanto tiempo después, sé que
Marilyn fue una manera de intentar mejorar la terrible vulgaridad en que todo
se ha convertido y el horror de la tosquedad en la que nos ha tocado vivir. Le
doy la vuelta para darme de bruces con las pocas cosas que podía decir entonces:
“Me generas la necesidad y después ya no sé prescindirte.”
John, tengo miedo a enfermar, tengo
miedo a morir demasiado pronto, tengo miedo de todo. Y es el desasosiego que concentro
dentro, el que hace que busque las cosas que en algún momento fueron
importantes. Desde la fortaleza del buen recuerdo intento recuperar la
serenidad que pierdo cuando la noche se me tira encima.
Querido John. Sé que ahora escribo
a un aire teñido de ceniza y aliento turbio, pero, aun así, no puedo evitar menudear
con la idea, siempre presente, de que ya no sé prescindirte.
Siempre tuya.
Grace
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