¿Qué es un fantasma? preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerto, por ausencia, por cambio de costumbres.
Ulises. James Joyce
Después de una semana atroz de
lluvia por fin sale el sol. En el año de la pandemia, la primavera está pasando
desapercibida. Todo anda descolocado y centrarse es tan complicado como ordenar
un cubo de Rubik. Pero hoy se ha templado el día y su luz, por extraño que
parezca, ayuda un poco, aunque no sea suficiente, suaviza las aristas de un tiempo más que difícil y hace que todo parezca más amable. Como si la enfermedad y sufrimiento fueran parte de un mal sueño del que estamos despertando. Pero no. Todo sigue ahí junto al desbarajuste continuo.
Andamos confundidos, descolocados, y la prueba está en mi misma, que me encuentro
sentada frente al escritorio con el delantal de la cocina puesto, los botines
de tacón en los pies y una infusión de jengibre haciendo compañía, todo eso
para contestar correos electrónicos y revisar, por no sé que vez ya, el documento
que tenía que haber enviado hace ya dos semanas.
Todo va despacio y a la vez tan rápido que nos confunde y los días parecen pasar sin haberles sacado provecho. No pasa día que no me pregunte cuántas veces habré deseado
disponer de tiempo, frenar el ritmo, leer hasta que las legañas me peguen los
ojos, desayunar con tiempo, improvisar flequillos imposibles y rascarme
la barriga hasta que me duela la mano. Y ahora, todo eso que formaba parte de ese mundo
ilusionante e inexistente, se presenta por obra y gracia de un virus.
Empiezo a pensar que los deseos son bombas de relojería que explotan quemando el hocico del que ande por ahí. Ahora, socarrada por la ambición de horas muertas, dispongo de un tiempo que estiro y que pierdo entre el exceso de entusiasmo y el decaimiento que sin querer se pega al cuerpo. He dejado de ver la
televisión, raciono las noticias e intento que la atención se fije en lo
productivo, en lo auténtico, aunque a veces duela. De ésta saldremos tocados de necesidad.
Es viernes tarde. Dispongo de
medio universo en horas para, entre cuatro paredes, hacer lo que quiera, o no
hacer nada. Pero sé que durante este paréntesis de tiempo enfermo, la razón debe ser la
búsqueda del equilibrio y el concentrarse en cada cosa, por menuda y simple que
sea, que como si fuera fundamental.
A veces,
cuando llegan los deseos lo hacen envenenados y corremos el peligro de desvanecernos como una voluta de
humo.
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