domingo, 25 de octubre de 2020

ALZAR LA VOZ

 



El virus nos va a salir muy caro. No solo nos va a quebrar la salud, a algunos la vida, y por demás la economía. Va a arrasar con las libertades tal y como las hemos venido conociendo desde mitad del siglo XX. Esta pandemia va a acabar con el modo de vida que hemos conocido en los últimos años. Es cuestión de tiempo, poco, de que nos empecemos a arrepentir de haber hecho dejación de lo nuestro y haber obedecido casi a ciegas a los que, a través de discurso huecos, inflamados de aire, han empezado a vaciar de contenido nuestros derechos. El año 2020 nos ha traído el desastre y de ahí nos va a costar salir.

Tengo el ánimo sombrío y poca confianza en quienes nos dirigen. Sé que es un mal de muchos, pero eso no es gran consuelo. En este intentar sobrevivir entre el desastre, en lo que he tenido suerte es en los libros que han ido cayendo en mis manos.  El último “Déjame ir, madre” de Helga Schneider. No es una novedad, en absoluto pero que vale la pena. La repugnancia moral existe y, veces, como en la novela, adopta las formas más insospechadas, más contradictorias y, por eso, más difícil de digerir.

En las primeras páginas del libro se encuentra una cita de Rudolf Höss, que fue el comandante del campo de concentración y exterminio de Auschwitz. “El odio siempre me ha sido ajeno”. Una frase profundamente perturbadora viniendo de quien viene. De alguien a quien se le presupone una alta capacidad para concentrar en su interior los sentimientos más nauseabundos que el ser humano puede albergar. Höss es uno de los peores asesinos de la humanidad y, fue capaz de situarse en la insensibilidad más absoluta. Porque, solo quien no siente nada, puede llegar a cometer las atrocidades que se llevaron a cabo, bajo su dirección, en los campos de exterminio. No odiar implica no haber sentido jamás una exagerada profunda repulsa hacia algo o, hacia alguien, deseándole un mal espantoso y a su vez, no haber sentido, tampoco, nada que te una a otro. Es difícil de pensar en una personalidad de ese tipo, salvo que su condición humana estuviera totalmente aniquilada y no quedara en él ni un atisbo de humanidad. La capacidad de sentir es algo tan primario en el ser humano que sin ella es difícil diferenciarnos de las bestias.

Que el mal existe es una verdad absoluta que la historia se ha encargado de ponerla frente al hombre cada cierto tiempo. La única manera de contrarrestar el poder absoluto de esa fuerza arrasadora que es la maldad, es el establecimiento de líneas que nadie debe cruzar y permanecer vigilante para que nadie pueda cruzarlas. Hay que aprender a decir no, a establecer límites, a marcar distancia con los perturbados que, en aras a ideologías totalitarias, coartadoras, pretenden acabar con nuestra libertad. Hay que desconfiar y defenderse de quien muestra el ropaje bondadoso tras el que se esconde toda la maldad del mundo. Ellos tampoco creyeron que podía pasar lo que después se encontraron. 



1 comentario:

  1. El virus ya es un Ente indeterminado, no etereo. El virus ya es un Toten, al que acabemos adorando.
    Un abrazo.

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