El virus nos
va a salir muy caro. No solo nos va a quebrar la salud, a algunos la vida, y
por demás la economía. Va a arrasar con las libertades tal y como las hemos
venido conociendo desde mitad del siglo XX. Esta pandemia va a acabar con el
modo de vida que hemos conocido en los últimos años. Es cuestión de tiempo,
poco, de que nos empecemos a arrepentir de haber hecho dejación de lo nuestro y
haber obedecido casi a ciegas a los que, a través de discurso huecos,
inflamados de aire, han empezado a vaciar de contenido nuestros derechos. El
año 2020 nos ha traído el desastre y de ahí nos va a costar salir.
Tengo
el ánimo sombrío y poca confianza en quienes nos dirigen. Sé que es un mal de
muchos, pero eso no es gran consuelo. En este intentar sobrevivir entre el
desastre, en lo que he tenido suerte es en los libros que han ido cayendo en
mis manos. El último “Déjame ir, madre”
de Helga Schneider. No es una novedad, en absoluto pero que vale la pena. La repugnancia
moral existe y, veces, como en la novela, adopta las formas más insospechadas,
más contradictorias y, por eso, más difícil de digerir.
En
las primeras páginas del libro se encuentra una cita de Rudolf Höss, que fue el
comandante del campo de
concentración y exterminio de Auschwitz.
“El odio siempre me ha
sido ajeno”. Una frase profundamente perturbadora
viniendo de quien viene. De alguien a quien se le presupone una alta capacidad para
concentrar en su interior los sentimientos más nauseabundos que el ser humano
puede albergar. Höss es uno de
los peores asesinos de la humanidad y, fue capaz de situarse en la
insensibilidad más absoluta. Porque, solo quien no siente nada, puede llegar a
cometer las atrocidades que se llevaron a cabo, bajo su dirección, en los campos
de exterminio. No odiar implica no haber sentido jamás una exagerada profunda
repulsa hacia algo o, hacia alguien, deseándole un mal espantoso y a su vez, no haber sentido, tampoco, nada
que te una a otro. Es difícil de pensar en una personalidad de ese tipo, salvo
que su condición humana estuviera totalmente aniquilada y no quedara en él ni
un atisbo de humanidad. La capacidad de sentir es algo tan primario en el ser
humano que sin ella es difícil diferenciarnos de las bestias.
Que el mal existe es una verdad absoluta que la
historia se ha encargado de ponerla frente al hombre cada cierto tiempo. La
única manera de contrarrestar el poder absoluto de esa fuerza arrasadora que es
la maldad, es el establecimiento de líneas que nadie debe cruzar y permanecer
vigilante para que nadie pueda cruzarlas. Hay que aprender a decir no, a
establecer límites, a marcar distancia con los perturbados que, en aras a
ideologías totalitarias, coartadoras, pretenden acabar con nuestra libertad. Hay
que desconfiar y defenderse de quien muestra el ropaje bondadoso tras el que se
esconde toda la maldad del mundo. Ellos tampoco creyeron que podía pasar lo que después se encontraron.
El virus ya es un Ente indeterminado, no etereo. El virus ya es un Toten, al que acabemos adorando.
ResponderEliminarUn abrazo.