domingo, 18 de octubre de 2020

I HAD A DREAM

 



Estas tumbada sobre la cama, mirando el techo porque no te apetece leer nada y hace años decidiste que en el dormitorio no entraría jamás un televisor. Así que ahí estás, intentando descifrar si lo que asoma por la diagonal es polvo o es el inicio de una mancha de humedad.  Por lo demás no hay nada. Apagas la luz, pero por la ventana se cuela la de la farola con la que el alcalde te felicitó el cumpleaños. Un punto de luz más en la calle y, de paso, en la habitación. Tienes que llamar a alguien para arregle la persiana. Se rompió con la llegada de la epidemia y está condenada a seguir así hasta que desaparezca. Cierras los ojos, pero no puedes dormir.  Empiezas a inspirar y a expirar poco a poco, alargando la expulsión del aire hasta que vacías el vientre del todo y vuelves a comenzar. Intentas meditar como leíste en aquella revista, pero no es lo tuyo. La cabeza se te va a la lista de películas que marcaste como favoritas y haces un leve amago de levantarte, pero el cuerpo te pesa y la pereza más todavía. Oyes el ruido de agua correr y abres los ojos. La cisterna del vecino se va llenando poco a poco, como una vejiga enferma y tú, derrotada, te sientas en la cama y miras hacia la ventana esperando un festival de sombras chinescas, que tiene que salir de la nada, te devuelva el sueño. Pasa el camión de la basura. Son las cuatro y, ahora ya, cada minuto que pasas despierta es un dolor.



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