miércoles, 14 de octubre de 2020

PARFAVAR

 



Una de las cosas más espantosas y de mal gusto con la que nos ha regalo la nueva normalidad es el disfraz que la pareja Montero-Iglesias se calzaron para asistir, como miembros del Gobierno, a la celebración del Día de la Hispanidad. El binomio, grandes adoratrices del chavismo, se revuelcan como marranitos disfrutones entre las bondades del capitalismo y el de poder concedido la designación de una vicepresidencia y un ministerio que les ha caído en la tómbola del reparto de asientos gubernamentales gracias a las siempre odiosas bisagras. Pero ni una cartera bien forrada, ni grandes dosis de ordeno y mando confieren ni clase, ni buen gusto, ni tan siquiera un mínimo de buena educación. A estos dos personajes todo eso les pilló haciendo bolillos mientras leían el Pravda.

El acto en la esplanada del Palacio Real tenía muchos motivos para genera expectación. Pero llevamos mucho desastre encima para escatimar los pocos momentos en que no es tan malo echarse unas risas aunque reírse de otros, como decía mi abuela, no está bien. Sin embargo, creo que si hubiera visto a los de Galapagar, alguna cosa también habría dicho porque el porte de una y otro, el outfit, como ahora se le llama, con el que tuvieron a bien engalanarse, fue para echarse a llorar, las cosas son las que son. Muchas cosas se pueden comentar al respecto, pero los zapatos, ¡Ay, los zapatos!

Los zapatos sucios acostumbran a señalar al que los lleva como una persona descuidada. Llevarlos hechos un Cristo en una ceremonia protocolaria a la que se asiste como miembro del Gobierno de un país, denota la mala educación del que va de un sobrado chabacano que no la arregla ni la bonanza en la cartera, ni el poder en la recámara.  Uno y otra llevaban el calzado que solo dos personajes de su ralea pueden llevar. Y no es cuestión de que sean caros o no, que a buen seguro lo eran, sino de cómo se cuidan y cómo se muestran. Dejo para otros, más crueles que yo, el análisis de las mangas largas de la chaqueta de Iglesias, los pantalones caídos de tergal del que pica,  y la fea y desaliñada presencia que siempre gasta. Tampoco el moño se salvaba, no lo he olvidado. Lo importante de una melena, para lucirla bien, es por lo menos llevarla limpia. Tampoco hablaré del traje de chaqueta morado de la Ministra de Igualdad, que igual da que sea de marca que no, porque era horroroso con ganas y parecía, ser una miembra destacada de la cofradía del Padre Jesús que cada año sale durante la Semana Santa.  

Me consta que a todos estos políticos de medio pelo, aunque pongan el mohín de aburrimiento, les encanta participar en cualquier guateque o celebración y más si, como es el caso, creen que juegan a hacer la revolución al negar el saludo y la educación al Jefe del Estado. Ojalá en la próxima legislatura, si tienen que repetir (los hados no lo quieran), alguien les de unas pocas clases de Protocolo y un cursillo acelerado de sencillez y buen gusto. No aspiro a que parezcan salidos de una fiesta en el Waldorf Astoria de Nueva York, como tampoco a que no monten su circo particular, pero sí, al menos, que parezca que han tomado una buena ducha matutina y que la ropa ha salido del armario correcto. 




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