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domingo, 30 de abril de 2023

INCLINACIONES

 



Ha empezado a oscurecer mientras cae una lluvia que parecía que no iba a llegar nunca. Camino despacio, fijando los pies en el suelo, marcando bien el paso para sentirme segura. Me empapo. Pienso que es una suerte, aunque al llegar a casa tenga que cambiarme hasta de ropa interior. El agua cura, incluso cuando no es salada. El chaparrón me ha sentado bien y después de ponerme la ropa seca, prepararme un café bien caliente, ponerme a trabajar un rato no me parece la peor opción. Abro la ventana para que el aire fresco, que huele a lluvia, entre hasta el fondo de la habitación. Deja de llover, pero la noche se resiste a caer del todo y a estas horas, de una manera asombrosa, casi en penumbra, se escuche el canto de un jilguero. Hay vida en la vida, aunque a veces se esconda. Ayer seleccioné y agrupé unas cuantas canciones en una lista de reproducción. Ahora, con la ventana abierta, la tengo en modo pausa. Es extraordinario poder escuchar el canto de un pájaro en una ciudad tan acústicamente contaminada como ésta. Intento grabarlo con el teléfono móvil para enviarlo en un mensaje y dejar constancia de que, aunque el mundo está hecho un asco, a ratos te regala momentos estupendos. Pero mientras busco el aparato, el encanto se esfuma y sólo queda el silencio de la noche que se ha precipitado sin darme cuenta. Es hora de volver a tocar de pies al suelo, de conservar la buena onda mientras sea posible. Le doy al reproductor, suenan los primeros acordes y extiendo los papeles sobre la mesa.



sábado, 15 de agosto de 2020

FERRAGOSTO




«Me preparo para asistir 
A mi propio vuelo de despedida»

Roberto Bolaño



Subo al terrado buscando un poco de corriente de aire. Voy andando por la escalera para mover las piernas, para evitar la cabina del ascensor y porque tampoco tengo que subir tanto. Desde aquí se ve parte de la ciudad. Decenas de luces tintinean en esta noche de verano. Se hace extraño ver la cantidad de ventanas que están iluminadas, pero este año es tan excéntrico como particular.  En el edificio de enfrente, celebran una fiesta. No se ve mucha gente. Puede que sea, por lo de las limitaciones o puede que solo sea porque las cosas buenas de verdad pocas veces son multitudinarias. Una chica baila, da vueltas sobre sí misma. Nadie la mira, salvo yo. Agosto se ha tragado la mitad de las alegrías y ha dejado supurando la herida de un futuro que no podemos prever. Pero la fiesta no puede decaer, aunque a ratos se muestre fea y pesada. Por está bien que la chica baile aunque lo haga sola y que, en la calle, ahora ya vacía, las parejas se acompañen en el último paseo al perro que en invierno, casi siempre, se convierte en un ejercicio en solitario asignado a dedo. ¿Quién nos lo iba a decir?
Cuento los días y me pierdo entre ellos. No se trata de una metáfora. Todo corre demasiado deprisa. En breve, la chica de carne esplendorosa, que ahora baila sobre sí misma, palpará con sus manos un cuerpo que a ratos no reconocerá porque el tiempo se llevó el suyo y le entregó otro de recambio. Se agarrará a las fotografías de lo que fue y las mostrará para mostrar quién fue, quien es. 
Los tiempos extraños han llegado para quedarse y el calor, que decían sería liberador, se convierte en un infierno.




jueves, 2 de enero de 2014

OTRAS MIRADAS -CUATRO MESES, TRES SEMANAS Y DOS DÍAS.



Existen algunas películas que son absolutamente necesarias, si no existieran alguien las tendría que hacer. "Cuatro meses, tres semanas, dos días" es una película imprescindible en el cine europeo. Una producción rumana, dirigida por Cristian Mungiu, en el año 2007, que fue ampliamente premiada, pero que ha pasado desapercibida para la gran mayoría, sobre todo en el panorama español.



¿Por qué "Cuatro meses, tres semanas, dos días"? Pues porque, sin que lo podamos saber con seguridad, es el tiempo de embarazo de Gabita (Laura Vasiliu), el tiempo de una gestación que será interrumpida de una manera clandestina, ilegal y absolutamente dramática. Y junto a Gabita, la incondicional Otilia (Anamaria Marinca), su compañera, su amiga, su apoyo, su todo, en la peor experiencia por la que una mujer joven, 22 años, puede pasar.

"Cuatro meses, tres semanas y dos días" es la historia de Gabita y Otilia, dos estudiantes universitarias que viven en una residencia en una pequeña localidad de Rumanía, cerca de Bucarest, que se sitúa en los últimos años de la dictadura de Ceaucescu. Pero decir sólo eso, quedarnos ahí, sería demasiado superficial, sería decir muy poco. Porque si bien es cierto que la acción principal gira alrededor de los dos días en los que las protagonistas buscan a la persona que lleve a cabo el aborto, el lugar donde realizarlo, los medios y el dinero para poder llevarlo a cabo, lo verdaderamente importante es cómo lo viven, cómo se enfrentan a ello, a las circunstancias complicadas por las que van a tener que atravesar. Porque se verán en una sórdida habitación de hotel, recogiendo a un tipo del que lo desconocen todo, un personaje absolutamente siniestro, el Sr. Bebe (Vlad Ivanov) que con una aparente profesionalidad demostrará ser un verdadero desalmado. El tema central de esta película es el miedo, el temor, la opresión.


Estas sensaciones son perfectamente trasmitidas por el director mediante, la trama relatada, y una perfecta recreación del ambiente, no sólo escénico, de la Rumanía de finales de los años ochenta, sino mediante la utilización de muy pocos recursos técnicos, un juego de luces espectaculares que mantendrá la acción siempre en una penumbra que se irá oscureciendo a medida que la historia se va tornando más dramática.

Porque si algo tiene esta filmación es un tremendo dramatismo. Porque si un aborto, de por sí, es una tragedia, acompañado de las circunstancias por las que tienen que atravesar Gabita y Otilia (terror a terminar encarceladas por unas circunstancias extraordinarias: la culpa y el arrepentimiento en lo emocional; y lo monstruoso de sostener entre las piernas, una goma, hasta que el feto se desprenda para sentarse en la taza de un váter hasta expulsarlo y procurar no desangrarse o no morir por una infección). Porque Otilia, a la que se le tambaleará el mundo, llegando a cuestionarse incluso sus propias relaciones personales, será el pilar sobre el que se sostiene Gabita, tendrá que encargarse de deshacerse de un feto de casi cinco meses (al que veremos en el suelo del baño medio cubierto por una toalla), con el shock que ello supone, de la imposibilidad de enterrarlo (como las dos amigas pretenden), deshaciéndose de el mismo de la única manera que no quisieran hacerlo. Y todo eso transcurre bajo la acosadora y permanente opresión de un sistema que no sólo vigila a sus ciudadanos, sino que les coarta toda libertad, hasta convertirlos en fugitivos de sí mismos 



Sin embargo, la grandeza de la película reside en que su director, y guionista, mediante la utilización de una técnica cinematográfica muy cercana a la del movimiento Dogma, cámara en mano, pocos recursos técnicos, logra centrarnos la intimidad de sus protagonistas hasta llegar a sentir su aliento cerca nuestro y desesperarnos. Existen muchos momentos en esta película que estremecen por su excesiva realidad, pero la escena final sobrecoge al espectador hasta encogerle el alma. Dos mujeres absolutamente descolocadas, engullidas por la tristeza pasan las horas sentadas en el bar de un hotel de mala muerte, y una de ellas, Otilia, que en un mirar de soslayo a la cámara parece pedir la clemencia y el consuelo del que desde el otro lado de la cámara no puede por menos que apiadarse de ellas.

Cine de calidad, cine del bueno.