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sábado, 15 de agosto de 2020

FERRAGOSTO




«Me preparo para asistir 
A mi propio vuelo de despedida»

Roberto Bolaño



Subo al terrado buscando un poco de corriente de aire. Voy andando por la escalera para mover las piernas, para evitar la cabina del ascensor y porque tampoco tengo que subir tanto. Desde aquí se ve parte de la ciudad. Decenas de luces tintinean en esta noche de verano. Se hace extraño ver la cantidad de ventanas que están iluminadas, pero este año es tan excéntrico como particular.  En el edificio de enfrente, celebran una fiesta. No se ve mucha gente. Puede que sea, por lo de las limitaciones o puede que solo sea porque las cosas buenas de verdad pocas veces son multitudinarias. Una chica baila, da vueltas sobre sí misma. Nadie la mira, salvo yo. Agosto se ha tragado la mitad de las alegrías y ha dejado supurando la herida de un futuro que no podemos prever. Pero la fiesta no puede decaer, aunque a ratos se muestre fea y pesada. Por está bien que la chica baile aunque lo haga sola y que, en la calle, ahora ya vacía, las parejas se acompañen en el último paseo al perro que en invierno, casi siempre, se convierte en un ejercicio en solitario asignado a dedo. ¿Quién nos lo iba a decir?
Cuento los días y me pierdo entre ellos. No se trata de una metáfora. Todo corre demasiado deprisa. En breve, la chica de carne esplendorosa, que ahora baila sobre sí misma, palpará con sus manos un cuerpo que a ratos no reconocerá porque el tiempo se llevó el suyo y le entregó otro de recambio. Se agarrará a las fotografías de lo que fue y las mostrará para mostrar quién fue, quien es. 
Los tiempos extraños han llegado para quedarse y el calor, que decían sería liberador, se convierte en un infierno.




sábado, 4 de julio de 2015

DORMITAR



«¿Y en quién confía usted? - le preguntó Morini.
 -En la gente que come cuando tiene hambre, supongo -dijo el desconocido.»
Roberto Bolaño



Es de agradecer que a esta hora temprana el poco aire que corre no haya huido despavorido con las primeras luces de la mañana. Con el calor, el dormir se convierte en una gesta tan inalcanzable como deseada. Las sabanas son un amasijo revuelto que guarda el calor del cansancio que se acumula por jornadas extenuantes que parecen no acabar con la caída del sol. Es sábado, las obligaciones se relajan.

Preparo la medicina para Dalhman. La proximidad del disgusto nos ronda desde hace un par de semanas, pero mantenemos la rutina para que nada decaiga. Un leve maullido; un poco de agua fresca del grifo al que se encarama con dificultad; una cucharilla para mezclar el polvo de una pastilla diminuta con un poco de atún en lata. Lo engaño como puedo, aunque soy yo misma la que se engaña pensando que la fuente de la vida se encuentra en un comprimido diminuto, que deja esparcido por la cocina un aroma dulzón medicamentoso. Pero es un animal bueno, y aun con dificultad, lo tomará sin protestar demasiado. Y así, después de relamerse un poco, este anciano perezoso buscará la sombra que aún tiene que llegar y dormitará sobre las baldosas del patio durante horas. Un saquito de pelo y huesos enroscado sobre sí mismo. A ratos nos asomaremos para observarlo, lo vigilamos desde lejos, como si de esa manera exorcizáramos la inevitable marcha que está por llegar, más pronto que tarde. Respira tranquilo, sigue durmiendo.

Dalhman dormita y Bill Evans que se cuela por la ventana. El aire que aventa estas primeras horas del día desaparecerá en nada y volverá, otra vez, el calor infernal de este julio mediterráneo, pero Dalhman, por suerte, aun dormita.