martes, 5 de julio de 2011

ALGO MENUDO (Un, dos, tres...a volar)


En muchas ocasiones me pregunto cómo es posible que las cosas más bellas se encuentren en lo menudo, en lo desnudo, en lo que apenas tiene aristas. Me lo pregunto mientras me recreo acariciando las flores que he arrancado de los tallos de lavanda que hay en la entrada. Un gesto que repito cada día desde hace semanas. 

Camino por el filo de un imposible dilema, de una maldad tan profunda que no puedo justificarla en modo alguno, ni siquiera bajo el pretexto de una improbable enfermedad, y así se lo hago saber. Debo decirlo, repetirlo, esperando que se calque en su debilitada voluntad. De la maldad de los demás pocas veces somos responsables, de la enfermedad de otros, esa que puede transformarnos la vida en un infierno, menos todavía.
La descubro mirando sus manos mientras, con un difícil equilibrio, sostengo el teléfono entre el hombro y la cabeza, y voy anotando las contestaciones que recibo al paradójico galimatías que pronuncio, que no escucha y que a mí, sin quererlo, me parece un ensalmo absurdo. Encantamientos que no servirán para nada. Nadie le devolverá nada, ni siquiera la confianza en si misma y menos una vida arrancada a feroces dentelladas.
Cuando el infierno es sangre de tu sangre, la condena la tienes garantizada hasta que te mueras y eso, precisamente eso es lo que quiere, aunque no lo dice.

Siento el sabor del fracaso mientra la acompaño hasta la puerta. Le ofrezco un sistema caduco, incapaz de procurarle un entorno seguro, de devolverle las riendas de un destino marcado, día a día, por la acidez corrosiva de la tragedia. 

Cierro despacio. Necesito un respiro, algo menudo, algo bello, que me permita mantener la perspectiva, que me devuelva de nuevo a mi silla. Necesito contrarrestar la brutalidad de lo escuchado, de lo visto y no olvidar que no todo está podrido, que no todo está muerto. 

El transtorno, el mío en este caso, sólo cabe tras la puerta cerrada mientras los timbres y los teclados suenan con más intensidad que nunca y mis dedos restan teñidos de azul lavanda.

Pau Casals - El cant dels ocells




© Fotografía Eduardo Medina García

lunes, 4 de julio de 2011

ESCLAVO TU-ESCLAVO YO

 

Cuando le contamos a otro alguna cosa, solemos tener el convencimiento de que quien nos escucha está entendiendo perfectamente lo que decimos, que comprende igual que nosotros a dónde queremos llegar, que somos capaces de trasmitir y que nuestro interlocutor sienta con la misma intensidad, emoción, desasosiego, alegría, preocupación, etc., lo que nosotros sentimos con lo que contamos.


Curioso. Y digo curioso porque contrariamente a lo que creemos o queremos creer, casi nunca es así y pocas veces, menos de las que creemos, conseguimos que aquello que contamos llegue al otro como pretendemos. Puede que algunos malos entendidos nazcan precisamente de esa distancia que se establecen entre emisor y receptor.  Quizá por eso, en cuestión de comunicación, acabamos convirtiéndonos en auténticos marcianos donde cada uno, entiende lo que quiere o lo que puede.  Posiblemente por eso, algunas cosas dichas con la mejor de las intenciones resuenen como el peor de los insultos en otro y puede, a veces también es así, que las cosas más abyectas que alguien pueda espetar a otro  sean encajadas como  un simple desliz al que no hay que dar importancia.

Lo mismo ocurre con lo que callamos, con lo que no decimos. Es difícil interpretar los silencios pero, desde luego, son bastante menos esclavos que algunas palabras.

Nacemos con una verborrea desmedida que sólo el paso de los años y la experiencia consiguen sujetar, aunque no en todos los casos. Con el paso del tiempo, muchos espacios, muchos momentos, posiblemente demasiados, los llenamos de silencios, algunos feroces, otros agradecidos, otros tan intensos o tan estúpidos como muchas de las palabras que antes nos empeñábamos en vomitar.  La diferencia, sencilla, mientras las palabras nos clavan en el lugar que el interlocutor quiere colocarnos, los silencios siempre dejan abierta una vía de escape.


Decía Pau Casals que su única arma era el silencio. La mía no lo ha sido nunca y así me va pero voy aprendiendo, no cejo en mi empeño de convertirme en una gran silenciosa.


ASTERISCOS


Hoy no hay texto. Llevo más tiempo del que es habitual con la pantalla en blanco, sólo fragmentada por algunos renglones enteros de asteriscos con los que he intentado rellenar los huecos que dejan dos ideas cruzadas que, por el momento, soy incapaz de articular.
Asteriscos que ahora colocan el punto y final a una imposibilidad sobrevenida. Sí. Cuando uno tiene poco que ofrecer, más vale que no haga perder el tiempo a los demás con invenciones absurdas, ni que lo pierda uno mismo trazando infinitas líneas de estrellas que no van a llevar a ningún sitio. 

jueves, 30 de junio de 2011

FRAGILE


Los lugares más seguros del mundo no se encuentran señalados en ningún mapa. Puedes intentar trazar rutas imaginarias a territorios recónditos, cobijarte en plazas apacibles pero puedes tener la certeza que, en ninguno de ellos, no  encontrarás la calma, el sosiego,  que demandas.  
Sólo una brújula imantada con el roce de su piel te llevará al único refugio vital que existe, y ese no es otro que el abrazo de la piel amada.

© Fotografía naq


miércoles, 29 de junio de 2011

Y SI MUERO, QUE SEA ASÍ, CON CHET BAKER EN MI


Puedo desmayarme, sin sentir verguenza ni rubor alguno, ante la susurrante voz, ante los solos de trompeta, de Chet Baker. Si la fascinación por algo, por alguien, roza la locura es precisamente esa entrega incondicional de mis sentidos a la acariciante voz de Baker.  Es lo irracional de esta loca fascinación lo que la convierte en única. 

Tengo sobre la mesa una copia de “Let’s Get Lost”, un tesoro. Son incontables las veces que la he visto. Puedo repetir una y otra vez. Consigo sumergirme en el mundo de Baker, como un espía medio oculto, mientras me revuelvo en el sofá acorde tras acorde; palabra tras palabra, y observo bajo una fascinación inexplicable a un genio ahogado por su propio talento. 

Pienso en azul y me invade un ataque de melancolía superlativa incrementada por los acordes de “The Thrill is gone”. 

Enrevesados universos, malditos y descreídos que el tiempo entrecruza hasta dejarnos en un caótico estado vital.

Tomo nota, mi caos, su caos, nunca sería el mismo sin Chet Baker. Dejaré que me robe el alma y un poco más, si lo acompaña de “I fall in love too easily” y me susurra, cerca, muy cerca “time after time”.