Cuando le contamos a otro alguna cosa, solemos tener el convencimiento de que quien nos escucha está entendiendo perfectamente lo que decimos, que comprende igual que nosotros a dónde queremos llegar, que somos capaces de trasmitir y que nuestro interlocutor sienta con la misma intensidad, emoción, desasosiego, alegría, preocupación, etc., lo que nosotros sentimos con lo que contamos.
Curioso. Y digo curioso porque contrariamente a lo que creemos o queremos creer, casi nunca es así y pocas veces, menos de las que creemos, conseguimos que aquello que contamos llegue al otro como pretendemos. Puede que algunos malos entendidos nazcan precisamente de esa distancia que se establecen entre emisor y receptor. Quizá por eso, en cuestión de comunicación, acabamos convirtiéndonos en auténticos marcianos donde cada uno, entiende lo que quiere o lo que puede. Posiblemente por eso, algunas cosas dichas con la mejor de las intenciones resuenen como el peor de los insultos en otro y puede, a veces también es así, que las cosas más abyectas que alguien pueda espetar a otro sean encajadas como un simple desliz al que no hay que dar importancia.
Lo mismo ocurre con lo que callamos, con lo que no decimos. Es difícil interpretar los silencios pero, desde luego, son bastante menos esclavos que algunas palabras.
Nacemos con una verborrea desmedida que sólo el paso de los años y la experiencia consiguen sujetar, aunque no en todos los casos. Con el paso del tiempo, muchos espacios, muchos momentos, posiblemente demasiados, los llenamos de silencios, algunos feroces, otros agradecidos, otros tan intensos o tan estúpidos como muchas de las palabras que antes nos empeñábamos en vomitar. La diferencia, sencilla, mientras las palabras nos clavan en el lugar que el interlocutor quiere colocarnos, los silencios siempre dejan abierta una vía de escape.
Decía Pau Casals que su única arma era el silencio. La mía no lo ha sido nunca y así me va pero voy aprendiendo, no cejo en mi empeño de convertirme en una gran silenciosa.
¿Y cuando somos los que "escuchan" y no estamos prestando ni la más mínima atención, esperando solo el momento de poder meter baza? Mi madre me lo hace constantemente. La mataría :P
ResponderEliminarAl hilo de lo que dices de Pau Casals, he leído hace unos días una entrevista con Antonio López en la que confiesa que ha dejado de escuchar música para trabajar —solo lo hace ocasionalmente— porque actualmente prefiere el silencio al sonido. Debe ser cosa de los grandes.
Los silencios se interpretan. Hay silencios que son un no rotundo.
ResponderEliminarQuizás para bien.
Quizás para mal.
Un beso.
Valls, eso pasa muchas veces, no nos escucha ni el potito y así resuena todo. Matar a mamá? Eso es como de "Psicosis"
ResponderEliminarUn día os contaré una cosita de Antonio López que es para fliparlo, o igual no-
;-)
kenit, no te falta razón.Y en cuanto para bien o para mal, pues depende, es lo que tiene. Besos
ResponderEliminarMi gran defecto es decir, es como una necesidad vital, (una especie de esclavidud , cierto Anita) las veces que guardo silencio es a costa de un gran esfuerzo. Espero ir aprendiendo.
ResponderEliminarLas necesidades vitales, en ocasiones, son suicidas.
ResponderEliminarTu verborrea me consta, me consta :)))))