Corría el año 1986 cuando Juan Antonio Samaranch, desde Laussane, pronunció el famoso “À la ville de Barcelona”. Durante unos minutos, mientras estábamos expectantes frente a las pantallas gigantes que se instalaron en la Plaça Catalunya, la ciudad entera contenía la respiración. Las palabras de Samaranch, proclamando a Barcelona ciudad olímpica, los saltos de Pascual Maragall, provocaron la catarsis colectiva y la alegría se expandió hasta el último rincón de la ciudad. Aquel día estábamos todos en el centro de la plaza. Aquel acontecimiento nos colocó en el ojo del huracán. Ese año conocí a Javier.
Pascual Maragall, alcalde de Barcelona entre los años 1982 y 1997, fue muy querido en la ciudad. Puede que los acontecimientos le fueran favorables, posiblemente, pero lo cierto es que pese a todo, Maragall fue considerado un personaje político tocado por la gracia divina, al menos mientras estuvo en el consistorio. Por eso, cuando en el año 2007 hizo público padecer alzhéimer, la ciudadanía se conmocionó. Cuatro años antes había fallecido el padre de Javier.
Pocas veces alguien con una relevancia pública como la de Maragall reconoce tener una enfermedad tan incapacitante e invalidante como lo es el alzhéimer. Y en muchas menos se presta para dejar testimonio de la vivencia y de la cruzada que emprende junto a sus familiares y amigos, para retrasar al máximo posible las brutales consecuencias de una de las enfermedades del S.XXI.
Puede que Pascual Maragall no fuera santo de devoción de muchos. Puede que políticamente no fuera brillante. Se le pueden encontrar todos los peros del mundo, pero hay un hecho cierto y es que protagonizando el documental de Carlos Bosch (que durante dos años se convirtió en la sombra de Maragall para reflejar en la pantalla la batalla emprendida por el ex – alcalde y su familia contra la enfermedad), ha dado un paso al frente y nos lo coloca en la esfera de los que han hecho de la necesidad virtud. Un ejemplo positivo para muchos y la visibilización de una enfemedad terrible. El desvanecimiento del recuerdo, del conocimiento, de la esencia del ser.
Debo reconocer que me he resistido durante mucho tiempo a ver esta cinta. Aún me queman algunas cuestiones vividas, pero hoy, mientras buscaba algunos DVDs, no he podido resistirme más y he comprado una copia de “Bicicleta, cuchara, manzana”. Mientras la colocaba entre los libros y películas que me llevaba a casa, me he acordado de Javier, de la cantidad de veces que tapamos los espejos de su casa, de la cantidad de veces que tuvimos que guardar bajo llave los frascos de gel del baño, de la de veces que sono el teléfono por pura desesperación y de las veces que le vi llorar mientras su padre le confundía con su propio padre.
Y debe ser que tengo el cuerpo jota, que ha sido verla y enmudecer. Algunos pensaran que no hay para tanto, ya digo yo que no, pero algunos días son así.
Quizás aquello tan manido de "el corazón tiene razones..." sea una verdad como un templo...
ResponderEliminarBesos grandes!!!
Terrible, sin más.
ResponderEliminarufff estoy yo muy sensibilizada con el tema ahora mismo para ver esto, creo... pero me lo apunto. Gracias!
ResponderEliminarEduardo. Tengo claro que el corazón tiene razones que la razón no entiende...es así.
ResponderEliminarBss, grandes, para tí también
No sé que será de mi el dia que mis recuerdos desaparezcan o el día que no sea capaz de crearlos, o el día que no recuerde como huelen algunas cosas, o como se llaman las personas a las que quiero. No sé si quiero seguir viviendo el dia que no recuerde, que no conozca. Y sí Javier, es terrible.
ResponderEliminarAina, cada cosa en su momento. Si recuerdas que existe tal vez algún día cuando te encuentres con una copia de frente, ya no puedas o ya no quieras evitarla.
ResponderEliminarNo es que sea una gran cinta, pero supongo que cada uno apreciamos estas cosas en función de como nos ha ido con ellas..
Ah! Y bienvenida.